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La insignia
30 de agosto del 2005


La silenciosa voz de Antonio Porchia


Paul Medrano
La Insignia, agosto del 2005.


Antonio Porchia bien puede ser una persona desconocida, quizá el nombre del compañero de asiento en el autobús, el chofer de un taxi, vendedor de tacos o el portero del edificio. En realidad se trata de algo más, un escritor clandestino, subterráneo y no precisamente porque fuera perseguido, sino por convicción, sencillez y humildad. Fue un poeta en constante diálogo con el pensamiento lúcido, inocente y exacto, premisas que lo llevaron a escribir esos aforismos cargados de poética, filosofía y sabiduría.

Aclamado por una creciente red de lectores a nivel mundial, las voces de Porchia van pasando de mano en mano, de voz en voz y en tiempos actuales en internet, para así, conformar un gigantesco círculo en torno a su obra.

A casi 36 años de su muerte, el legado de este italiano adoptado por Argentina ha sido traducida al francés, inglés, japonés, ruso y griego. Lo mismo aclamada por un negro de la costa de nombre Eduardo Añorve, que por Jorge Luis Borges, Octavio Paz o André Bretón.

Su vida transcurrió de manera común: luego de nacer el 13 de noviembre de 1885 en Conflenti, perteneciente a la provincia de Catanzaro, en la Calabria italiana, y a raíz de la creciente crisis, su madre decide emigrar a una Argentina urgida de inmigrantes.

Porchia llega a Buenos Aires con 17 años de edad, por ser el mayor de siete hermanos y por la muerte de su padre, asume la responsabilidad de velar por su familia: trabajó de carpintero, tejedor y apuntador en el puerto.

Ya independizados sus hermanos, adquiere una casa que llena de flores y árboles frutales. Ahí, una a una, van cayendo en hojas de papel sus reflexiones, mismas que después obsequia a sus amigos. Varias de esas amistades lo instan a reunir en un libro esos brevísimos escritos a través de las cuales se expresa. No sin reticencia inicial, Porchia termina por dejarse convencer. Elige un título familiar, como siempre las denominó: Voces.

Es 1943, Porchia tiene 57 años y, puesto que no se asume como escritor, no sabe qué hacer con todos los ejemplares. Termina donando toda la edición a la "Sociedad Protectora de Bibliotecas Populares", organización que coordina bibliotecas diseminadas por todo el país; a cada una de ellas son enviados ejemplares de esa primera edición de autor, hoy joyas bibliográficas. Muchos de los solitarios lectores copian a mano las voces y comienzan a hacerlas circular de modo personal y callado.

Luego de realizar una segunda edición de autor, uno de esos ejemplares cae en manos del poeta y crítico francés Roger Caillois, quien luego de una exhaustiva búsqueda encuentra a Porchia y le dice "Por esas líneas yo cambiaría todo lo que he escrito".

Al regresar a su país, Caillois traduce y publica una plaqueta de mucha reprecisión en París. La lectura de esta traducción despierta la admiración de Henry Miller (que incluye a Porchia entre los cien libros de una biblioteca ideal), y lleva a André Breton a exclamar: "El pensamiento más dúctil de expresión española es, para mí, el de Antonio Porchia".

Luego vendría el reconocimiento de los propios escritores argentinos, las publicaciones en revistas literarias de Buenos Aires, lo incluyen en antologías poéticas, lo traducen al inglés, acciones que Porchia toma con la humildad que siempre lo caracterizó.

Cuentan que las librerías argentinas nunca aceptaron expender la primera edición de Voces, y cuando Porchia vio en sus aparadores la edición en francés, entró y preguntó su precio: era mucho más elevado y la persona encargada le recomendó ampliamente la publicación. Porchia lo adquirió y salió de la librería sin decir su identidad.

Debido a la estrechez económica se muda a una casa más pequeña. Sus amigos afirman que nunca habló mal de nadie. Tímido y reservado, nunca se casó, y aseguran que años más tarde habló de una mujer de vida ligera a quien él intento rescatar, pero se tuvo que alejar cuando por él fue amenazada de muerte.

Una caída de un árbol lo dejó en coma durante un tiempo. Logra reestablecerse, para una posterior recaída que pone fin a su existencia un 9 de noviembre de 1968.

Su muerte, provoca una serie de ediciones masivas de su obra. Muchos que se afirmaron como sus descubridores y que le endilgaban influencias como Lao Tse, Kafka, Pascal, Nietzsche, Blake, La Rochefoucault o Lichtenberg, quedaron boquiabiertos al enterarse que Porchia jamás escuchó hablar de tales personas. Fuera del largo de viaje de Italia a Argentina, Porchia nunca salió de las tierras argentinas. Nunca se asumió como escritor. Sólo fue el hombre que quiso ser: Antonio Porchia.

He aquí algunas de sus voces:

Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.
El no saber hacer supo hacer a Dios.
Herir al corazón es crearlo.
El hombre vive midiendo, y no es medida de nada. Ni de sí mismo.
Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo.
Si no levantas los ojos, creerás que eres el punto más alto.
Casi no he tocado el barro y soy de barro.
A veces hallo tan grande a la miseria que temo necesitar de ella.
Y si llegaras a hombre, ¿a qué más podrías llegar?
El dolor no nos sigue: camina adelante.
En plena luz no somos ni una sombra.
Quien dice la verdad, casi no dice nada.
Hay caídos que no se levantan para no volver a caer.
Cuando las estrellas bajan, ¡qué triste es bajar los ojos para verlas!
Lleve cada uno su culpa y no habrá culpables.
Un corazón grande se llena con muy poco.
El recuerdo es un poco de eternidad.
Toda persona anónima es perfecta.
Todos pueden matarme, pero no todos pueden herirme.
Sí, ya he oído todo. Ahora sólo me falta callarme.



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