Mapa del sitio | Portada | Redacción | Colabora | Enlaces | Buscador | Correo |
28 de abril del 2005 |
Homenaje a Indochina (III)
La Vanguardia. España, abril del 2005.
La lluvia que sigue quemando
Vietnam recibió 83 millones de litros de defoliantes, entre 1961, cuando Kennedy aprobó su uso, y 1971. Fue una verdadera lluvia química de diez años destinada a destruir el entorno natural que protegía y daba alimento al ejército regular del norte y a las fuerzas del Viet Cong. Según la cifra del la Universidad de Columbia, el 65% de esos herbicidas contenían dioxina, una conocida sustancia cancerígena que se transmite a las siguientes generaciones a través de la leche materna. "El cielo quedaba invadido por una especie de bruma, por la mañana veíamos caer las hojas y los brotes quemados. Poco a poco los árboles alrededor de nuestra posición se morían, completamente quemados y cada vez nuestra unidad buscaba un nuevo boque para esconderse. La escena se repetía por doquier", recuerda Vo Ta Huong, un combatiente de la provincia de Quang Tri, citado por el dossier sobre el agente naranja publicado en marzo del 2005 por la Asociación de periodistas de Vietnam. (La versión del dossier en francés, inglés y vietnamita, en: www.esj-lille.fr/article.php3?id_article=125) Resultó afectado entre el 10% y el 25% del territorio de Vietnam, especialmente en la zona centro y sur. El ministro de trabajo, Nguyen Thi Hang, reconoce que no disponen de una cifra concreta de afectados, en el 2000 se estimaba en un millón, hoy se habla de hasta cinco millones. La estimación de la Cruz Roja es de que "hay tres millones de personas sufriendo varias enfermedades e incapacidades relacionadas con el agente naranja", dice su representante en Haiphong, Marianne van den Berg. En el país hay cinco grupos de malformaciones congénitas particularmente frecuentes; en la columna vertebral, miembros, senos, siameses, el labio leporino y la raja palatina. Las víctimas de primera, segunda y hasta tercera generación, es decir hijos y nietos de personas contaminadas durante la guerra, se cuentan por miles. En Da Nang 7.500 victimas, incluidos 2.400 niños de segunda generación y 43 de la tercera, según Cruz Roja; en Quan Nam, 20.000 contaminados o sospechosos de estarlo; 28.000 ex combatientes enfermos en Thai Binh, la provincia del delta del Río Rojo, según la asociación de veteranos local; 27.500 víctimas estimadas en la de Quang Nam... Mas de 3,3 millones de hectáreas, mayormente de bosque, fueron afectadas por agentes tóxicos y más de un millón de hectáreas resultaron áridas o no aptas para el cultivo, cuando todo el territorio de Vietnam del Sur asciende a 17 millones de hectáreas. "Después de la guerra la reforestación de las zonas destruidas por los agentes químicos dio buenos resultados, pero para que el medio ambiente se restablezca totalmente todavía harán falta ochenta o cien años", dice Phung Tuu Boi, director del Centro de protección de la naturaleza. Ni reparaciones, ni disculpas A diferencia de Irak, obligado a pagar en petróleo todas las indemnizaciones por la guerra de 1990-1991 contra Kuwait, Estados Unidos no ha pagado un céntimo en concepto de reparaciones por la guerra contra Vietnam de 1964-1975. Los acuerdos de París del 27 de enero de 1973, que formalmente pusieron fin a la guerra, estipularon una fórmula algo ambigua al respecto ("de acuerdo a su política tradicional, Estados Unidos aportará su contribución a la labor de curar las heridas de guerra") que incluía la formación de una comisión mixta. Los vietnamitas hablaban de "reparaciones de guerra", mientras que los estadounidenses sólo admitían contribuciones voluntarias delimitadas por ellos mismos. En julio de 1973, la comisión suspendió sus reuniones, que no volvieron a celebrarse más. En 1994, Estados Unidos levantó el embargo comercial contra Vietnam y un año después restableció relaciones diplomáticas, pero en el 2005 el Departamento de Estado ha vuelto a amenazar a Vietnam con sanciones económicas alegando, "restricciones a la libertad religiosa". "Los estadounidenses critican a Vietnam por su aplicación de la democracia y de los derechos del hombre, pero la cuestión de las víctimas del agente naranja es un atentado mucho mayor a los derechos humanos", dice la señora Nguyen Thi Binh, ex vicepresidenta de la República. En Estados Unidos no existe nada parecido, a nivel oficial o en la prensa, a una polémica sobre las responsabilidades de guerra. No ha habido disculpas. En vísperas de la primera gira asiática de la secretaria de Estado, Condoleeza Rice, en marzo de 2005, sus colaboradores explicaban a la prensa en Washington que el compromiso de Estados Unidos con la libertad en Asia se había manifestado históricamente con "tres guerras libradas en ese continente en el siglo XX". Una era la Segunda Guerra Mundial, la otra la de Corea y la otra la de Vietnam. La del entonces vicesecretario de Estado Strobe Talbot de finales de los noventa, fue la última visita de un alto funcionario estadounidense a Laos. Talbot estuvo en la provincia de Xiang Juang, donde los B-52 no dejaron en pie "ni una sola construcción humana". "Le explicamos la situación y cuando intervino dijo: "hay que olvidar el pasado y orientarse al futuro", explica un cooperante británico que participó en aquella sesión. Para Laos, olvidar la guerra bíblica que vivió, sería algo comparable al olvido de armenios o judíos de las masacres sufridas en el siglo XX. Ex funcionario del Departamento de Estado en Saigón, el veterano profesor de la Universidad de Pennsylvania está considerado como uno de los grandes expertos estadounidenses en Vietnam. Es un erudito, pero en su "Diccionario Histórico de Vietnam" de 350 páginas, rico en todo tipo de detalles, no hay lugar para conceptos como "Napalm", "B-52", "Agent Orange", "Vietnam War", "Casualties", o "Bombing". (William Duiker, "Historical Dictionary of Vietnam", Londres 1998) "Nunca han pedido excusas, ni mucho menos han pagado compensaciones, la mayoría de los estadounidenses no saben nada de esta guerra. Puede que oyeran algo sobre la de Vietnam, pero no de ésta, porque fue una guerra secreta. Cuando vienen estadounidenses, incluido delegaciones oficiales y les explico nuestra situación con la munición no explosionada, quedan sorprendidos", dice el director de UXO-LAO, Bounpone Sayasenh. En nueve años, EE.UU. lanzó en Laos bombas por valor de 7.200 millones de dólares, una media de más de 2 millones de dólares diarios. Hoy UXO-LAO, cuyo presupuesto anual es de 4 millones de dólares, recibe 1,2 millones anuales de Estados Unidos. Washington se gasta 100 millones de dólares al año en busca de restos de sus soldados caídos en todo el mundo. Frecuentemente algunos de esos equipos de buscadores visitan Laos. "Vienen hasta con máquinas de hacer helados, a provincias en las que no hay ni electricidad y la gente es verdaderamente pobre", explica un cooperante. Washington no da información precisa sobre localización de bombas no explotadas en Laos: "Si para encontrar los restos de sus soldados excavan en lugares precisos que conocen, hay que suponer que también disponen de la misma información sobre las bombas. Puede que no tengan esa información o puede que no quieran darla. Cuando nos dirigimos a la embajada estadounidense para que informe del contenido de una bomba, una información importante para desactivarla, no vemos voluntad de ayuda", dice Sayasenh. En diciembre del 2003 en Vietnam se creó una Asociación de víctimas del agente naranja y la dioxina. El 30 de enero del 2004, la asociación interpuso pleito contra 37 compañías químicas de EEUU en el tribunal federal de Brooklin, el mismo que en mayo de 1984 anunció un arbitraje por el que las compañías Dow Chemical, Monsanto, Occidental Chemical y otras, indemnizaron a los excombatientes estadounidenses víctimas del agente naranja. "Cuando los fabricantes de defoliantes aceptaron indemnizar a los veteranos estadounidenses en 1984, nos planteamos la pregunta: ¿y por qué no las víctimas?", dice Luu Van Dat, 84 años, abogado de la Asociación vietnamita. La Asociación era consciente de que un pleito contra sociedades estadounidenses, ante un tribunal estadounidense y bajo la dirección de un juez estadounidense es, "una batalla librada en el terreno del adversario". A pesar de todo, hubo decepción cuando, el 20 de marzo de 2005, el tribunal rechazó el pleito. Ex combatiente, hoy residente en Haiphong, con un cáncer hepático diagnosticado en el 2003, Nguyen Van Quy, explica a los periodistas de la Asociación profesional vietnamita su reacción a la decisión judicial. "Cuando me enteré, estaba triste y decepcionado. Es injusta, pero no nos rendimos. En nombre de la justicia y de la igualdad, apelaremos, podrá durar un año o dos, incluso después de mi muerte mis compañeros, mis hijos continuarán reclamando justicia porque nuestra causa es justa". A su lado sus dos hijos inválidos. El varón, de 17 años, emite gruñidos inarticulados desde su silla de ruedas. La hija, sordomuda de 16 años, sonríe enajenada, abriendo su gran boca y mostrando una dentadura mal implantada. Hace 35 años, el padre, entonces un soldado adolescente, bebía agua y comía raíces de yuca contaminadas en el frente de las provincias centrales del país. Secretos y mentiras imperiales El 4 de agosto de 1964 por la mañana, Daniel Ellsberg, ex oficial de marines y antiguo analista de la "Rand Corporation" que había sido contratado como adjunto al vicesecretario de Estado para trabajar en el Pentágono, recibió en su oficina un cablegrama del Capitán John Herrick, Comandante de la flotilla de dos destructores que patrullaban el Golfo de Tonkin, en el extremo norte de Vietnam. Dos torpedos habían sido lanzados contra sus barcos, el "Maddox" y el "Turner Joy", por patrulleras norvietnamitas. Diez minutos después, un nuevo mensaje: "estoy bajo continuo ataque de torpedos". Los barcos habían respondido disparando por radar, sin contacto visual, pues era noche cerrada, y, al parecer, habían destruido una embarcación atacante. Dos días antes, patrulleras vietnamitas habían "atacado" al "Maddox" lanzándole torpedos que no le alcanzaron. La noche del día 4, el Secretario de Defensa McNamara anunció a la prensa que Vietnam del Norte había atacado, "por segunda vez en dos días" a buques estadounidenses que realizaban "patrullas de rutina en aguas internacionales", lo que constituía, "un acto de cruda agresión no provocada". El 7 de agosto, el Congreso adoptaba la "Resolución del Golfo de Tonkin" autorizando al Presidente a tomar "todas las medidas necesarias para prevenir más agresiones". Todo era mentira. El 4 de agosto no había ocurrido nada en el Golfo de Tonkin. Al mensaje de Herrick, sucedieron otros desconcertantes, en los que el Capitán se desdecía de todo lo anterior, citaba errores en el sonar de a bordo, y proponía una investigación. Lo del día 2 había sido una provocación, absolutamente real. Una misión de inteligencia llamada "DeSoto" en la que los barcos estadounidenses se habían metido deliberadamente a ocho millas de la costa (las aguas vietnamitas se extendían hasta 14 millas) en busca de pretextos para la guerra. Días antes, el 30 y el 31 de julio, barcos estadounidenses habían bombardeado dos islas costeras vietnamitas, al sur del Río Rojo, en otro operativo organizado por la CIA. Los objetivos de los bombardeos aéreos de la "legítima respuesta a la provocación de Tonkin", ya estaban preparados desde el mes de mayo. En 1964, los "casus belli" cocinados por la CIA, como el falso "incidente del Golfo de Tonkin", daban unánimes titulares en prensa y televisión, como hoy ocurre con la "amenaza norcoreana", el "peligro chino", o las "armas de destrucción masiva" de Irak. Alrededor de aquella mentira concreta y puntual, había un aparato conceptual más complejo, sobre el que políticos, intelectuales y periodistas, fabricaban o hacían sus aportaciones a un consenso belicista. Como hoy ocurre con la "lucha contra el terrorismo", los "estados fallidos", o el "eje del mal", los conceptos de entonces tenían poco que ver con la realidad, con los problemas reales de la humanidad, pero funcionaban. Enunciada por primera vez por Eisenhower, la teoría del "efecto dominó" advertía que si se perdía Vietnam, toda Asia seria conquistada por el comunismo. El "expansionismo chino", que fustigaba el complejo de fortaleza asediada de Mao, convencido de la inevitabilidad de un ataque contra su país con armas nucleares, era el peligro regional en Asia. El "expansionismo soviético" era su homólogo global. El Profesor de Harvard Samuel P. Huntington, que hoy habla del "conflicto de civilizaciones", proponía entonces la "urbanización" forzada de Vietnam del Sur, "dirigida a convertir aquellas partes del país no controladas por el ejército de Estados Unidos, en desiertos marcados por los cráteres de las bombas, en los que no crecía vegetación, con lo que, privados de medios de sustento, millones de campesinos tuvieron que buscar refugio en las ciudades sin más remedio que engrosar las filas del ejército títere y de la policía", recuerda el historiador vietnamita Nguyen Khac Vien. (En, Vietnam, a long History, Hanoi, 2004). Uno de los aspectos más interesantes del libro de Ellsberg es su descripción de lo que hoy ocurre... hace 30 años. Todo ese mundo administrativo de Washington en el Pentágono y el Departamento de Estado, sus mecanismos políticos y sicológicos; "un aparato de secretismo construido sobre eficaces procedimientos, prácticas e incentivos carreristas, que permitían al Presidente elaborar y ejecutar una política exterior secreta, hasta un nivel que va mucho más allá de lo que cualquier ajeno relativamente bien informado, incluidos periodistas y miembros del congreso podían imaginar". "Se ha convertido en lugar común", dice Ellsberg, "afirmar que, "en Washington no se puede guardar secretos", o que, "en democracia, por muy delicado que sea el secreto, acabas conociéndolo al día siguiente en el "New York Times". Estos tópicos son completamente falsos. De hecho hay maniobras encubiertas, modos de engañar y despistar a los periodistas y a sus lectores, que forman parte del proceso de mantener bien guardados los secretos. Claro que de vez en cuando algunos secretos afloran, lo que no ocurriría en una sociedad completamente totalitaria, pero el hecho es que la abrumadora mayoría de los secretos no se filtran al público americano". Para el funcionario que trabaja dentro de esa máquina, sometido a un trabajo exhaustivo y disciplinado, con un ritmo de trabajo trepidante que salta constantemente de un asunto de estado a otro, en una sucesión de crisis a dedicación completa con poco tiempo libre para la reflexión y la vida familiar, toda esa dinámica resulta en una particular actitud sicológica y en una especie de "erótica laboral-intelectual". En primer lugar, está la sensación de pertenecer a una casta aparte, la de quienes tienen acceso a la "información clasificada", en segundo la inutilidad de discutir los asuntos generales de la política con la gente común, ignorante de datos esenciales de cada situación, explica Ellsberg. "Una vez dentro del gobierno, mi conciencia de la facilidad y reiteración con la que el Congreso, la opinión pública y los periodistas eran burlados y despistados, contribuyó a una falta de respeto hacia ellos y su potencial contribución a una política mejor" (...) "Todo era emocionante, el increíble ritmo y la narcosis interna, te hacían sentir importante, plenamente comprometido y con una gran dosis de adrenalina. Producía una clara adicción. Pese a las semanas de setenta horas laborales y a la ausencia de vida familiar que imponía, la gente se enganchaba a ese tipo de trabajo. Si un cambio de administración los hacía saltar, la mayoría procuraba mantenerse disponible para poder regresar, a esos cablegramas y crisis. (...) Era muy difícil que alguien sin acceso a esas informaciones te aportara algo. Cuando escuchabas sus argumentos, pensabas para tus adentros: "¿qué me diría éste si supiera lo que yo se?, ¿me daría el mismo consejo, o cambiaría por completo sus planteamientos?". Y ese ejercicio mental es tan tortuoso que al cabo de un tiempo dejas de escuchar a los otros. Eso era lo que hacían mis superiores, mis colegas y lo que hacía yo mismo". Ellsberg fue una pieza imperfecta de un orwelliano engranaje, infinitamente más sofisticado, eficaz y engrasado, que todo lo que pudimos percibir en los pasillos del poder soviético y ruso en los años ochenta y noventa, cuando el otro gran imperio del mundo bipolar reventó, enseñándonos sus tripas y más ocultas vergüenzas. Ellsberg decidió arriesgarlo todo y divulgar los secretos, mentiras y engaños contenidos en los papeles a los que tenía acceso. El 1 de octubre de 1969 comenzó a fotocopiar el informe secreto de 7.000 páginas sobre la guerra del Pentágono. En junio de 1971 después de que varios senadores por él consultados eludieran meterse en asunto tan espinoso, entregó los documentos al "New York Times". Quince días después fue detenido por el FBI, acusado de 12 delitos y enfrentado a una condena de 115 años de cárcel. Cintas divulgadas posteriormente revelaron que Nixon encargó a una banda de matones para que "incapacitaran" y "rompieran las dos piernas" al "bastardo". Las cintas muestran conversaciones entre Nixon y Kissinger sobre Ellsberg que recuerdan a las de dos truhanes hablando de un adversario al que hay que "eliminar". Con ayuda de la prensa, los servicios secretos iniciaron una campaña de acoso y desprestigio, entraron en la consulta de su psicoanalista en busca de datos comprometedores, lo presentaron como un mujeriego, lo dejaron sin trabajo, pero los cálculos no salieron. El escándalo "Watergate", no un escándalo por crímenes de guerra o contra la humanidad, sino un asunto banal de escuchas a adversarios políticos, acabó hundiendo a la administración Nixon, y salvó a Ellsberg. El juez encargado del caso acabó poniéndole en libertad sin cargos. Desde entonces, Ellsberg es considerado un "traidor" por el establishment que continua utilizando y perfeccionando todo aquello que este hombre honrado, digno representante de lo mejor de su país, denunció con valentía hace más de treinta años. EEUU, la república enferma Todo lo dicho conduce a la cuestión esencial. La pregunta sobre la lógica que dio lugar a una guerra tan cruel y a la mayor serie de bombardeos de la historia. Preguntas también sobre la sociedad y sobre un aparato: ¿Cómo se aceptaba aquella política que masacró a centenares de miles de campesinos asiáticos en nombre de abstractos conceptos geopolíticos y nobles causas, utilizando mentiras y engaños? ¿Cómo la "sociedad más libre del mundo" se comía esos sapos, y cómo los intelectuales y burócratas de la administración podían participar, con entusiasta y eficaz dedicación, en algo así? La Escuela (de filósofos) de Francfort analizó cosas parecidas respecto a la Alemania nazi. Sobre la URSS, cuyos mecanismos internos eran mucho más simples y tradicionales, también se ha escrito mucho. Lo que está por hacer es el psicoanálisis de Estados Unidos, un esfuerzo particularmente importante ahora, cuando tantos autores coinciden en que el ocaso imperial de Estados Unidos comenzó, precisamente en Vietnam, hace treinta años. (Véase, entre otros, Immanuel Wallerstein en "The Decline of American Power", 2003; Emmanuel Todd, en "After the Empire", 2003, o Chalmers Jonson, en "The Sorrow of Empire. Militarism, Secrecy and the End of the Republic", 2004). Parte de la respuesta está en una sociedad fragmentada, asustada y violenta. Una sociedad provinciana e integrista, ajena a las grandes decisiones que una oligarquía empresarial-militar e imperialista toma en su nombre, lo que el profesor Noam Chomsky ha bautizado como "poliarquía" para distinguirlo de "democracia". El público ratifica esas decisiones, adoctrinado por unos intelectuales bien pagados y con un sentido enfermo de la moral y la justicia, así como por unos medios de comunicación, dominados por magnates y vinculados a grandes intereses. Todo ello es sumamente eficaz a la hora de presentar a la gente los nuevos peligros del momento, que requieren enormes gastos militares y continuas guerras para ser conjurados. Al mismo tiempo, en ese sistema hay un fondo de violencia dirigido hacia el interior, que en el caso de Vietnam vio como, en 1968, fueron asesinadas las dos principales figuras políticas antibelicistas de la nación: Martín Luther King, partidario de la "retirada militar inmediata", y Robert Kennedy, partidario de "detener los bombardeos". Cuando ese psicoanálisis nacional se haga será inevitable detenerse en el concepto "imperialismo", siempre desagradable para la dominante publicística conservadora, pero absolutamente concreto y vigente para describir nuestro mundo, por mucho que la izquierda haya abusado de él, e incluso encubierto sus propios crímenes, dictaduras y vergüenzas con él. Su definición más simple es el dominio y explotación de estados débiles por los más fuertes. El imperialismo es la causa raíz del racismo: para la gente que está en una posición de poder superior, "hay un salto mental muy corto hasta llegar a pensar que también son superiores en intelecto, moralidad y civilización", explica el historiador del imperialismo europeo David Abernethy. Por eso, el imperialismo ha emparentado históricamente a democracias con regímenes fascistas que afirmaban la "superioridad" de unas razas y naciones sobre otras, y permite que un sistema democrático en lo interno sea fascistoide en su conducta exterior. En un libro escrito en una prisión británica entre abril y septiembre de 1944, Jawaharlal Nehru, fundador de la nueva India, constataba que, antes de la Segunda Guerra Mundial, "la política británica había sido casi ininterrumpidamente profascista y pronazi", y explicaba así la duplicidad europea: "Tras algunas de aquellas democracias había imperios en los que no había democracia alguna y donde reinaba el mismo tipo de autoritarismo racista que se asocia con el fascismo, así que era natural que aquellas democracias occidentales sintieran algún tipo de unión ideológica con el fascismo, por mucho que les disgustara algunas de sus expresiones más vulgares y brutales". Hoy, sesenta años después de la consideración de Nehru, ya no hay regímenes fascistas declarados, pero la degeneración del estado de derecho y del pluralismo en las democracias por obra de la lógica imperialista y de los mecanismos descritos por Ellsberg, tiene una enorme actualidad. Treinta años después de Vietnam, los más altos funcionarios del gobierno de Estados Unidos han extraído un nuevo arsenal conceptual surrealista de los atentados del 11-S -cuyo autor fue uno de sus antiguos peones de la estrategia antisoviética y antiraní de los años ochenta- y han falsificado los pretextos para la segunda guerra de Irak, cometiendo fraude contra el Congreso y el pueblo de Estados Unidos. "El hecho de que tal conducta ni siquiera haya sido mencionada, es una muestra más de la decadencia política generada por el imperialismo y el militarismo", observa Chalmers Jonson. Esa decadencia elevó a la categoría de suceso excepcional la indignación popular ocasionada en España por un gobierno mentiroso, el 11 de marzo de 2005. El gobierno cuya política exterior cómplice del belicismo se mantenía en contra de la opinión mayoritaria de la sociedad, ocultó la autoría de un atentado y fue castigado. Sólo la degeneración de las democracias actualmente en curso, pudo hacer pasar por excepcional lo que no fue más que un elemental ejercicio de democracia: la población echa al gobierno que le engaña. Desde el cambio de siglo, en sólo cinco años, Estados Unidos ha librado dos guerras imperialistas, en Afganistán e Irak, y está contemplando la posibilidad de librar otras dos, en Irán y Corea del Norte. Su doctrina militar contempla el uso preventivo de armas nucleares en conflictos convencionales y fomenta la proliferación nuclear. El sistema cuyo norte es el beneficio privado, y el imperialismo, convierten más que nunca las democracias en regímenes degenerados. En ningún lugar de mundo es más necesaria que en Estados Unidos una de esas "revoluciones naranja" de la sociedad civil, sugiere el mismo autor. "Una revuelta popular que retome el control del Congreso, que lo reforme junto con las corruptas leyes electorales que lo han convertido en un forum de intereses especiales, que lo convierta en una genuina asamblea de representantes democráticos, y que corte la provisión de dinero al Pentágono y a los servicios secretos. Tenemos una sociedad civil fuerte que, en teoría podría imponerse sobre los atrincherados intereses del ejército y del complejo militar industrial. A estas alturas, resulta difícil imaginar (al igual que el Senado romano de los últimos días de la república), de qué forma podría el Congreso ser resucitado y limpiado de su endémica corrupción. En defecto de tal reforma, Némesis, la diosa del desquite y de la venganza, castigadora del orgullo y la soberbia, espera, impaciente, para venir a nuestro encuentro". Memoria sin rencor Alguien me narra el siguiente diálogo entre el veterano estadounidense y el taxista en el aeropuerto de Saigón:
- "¿Americano?". "¿Primera visita a Vietnam?" Y ya con todo aclarado; "Bienvenido a Vietnam, señor". Incluso en Hanoi, muchos taxistas y conductores usan una almohadilla en sus asientos con los colores de la bandera estadounidense. ¿Por qué no hay rencor ni resentimiento en Vietnam? "Bueno, los jóvenes tienen cosas mejores en qué pensar y a los mayores no siempre les gusta recordar aquella época tan dura y desgraciada", me dicen. En Laos, la impresión es que se ha impuesto el puro olvido. En Vientian, el único libro sobre la guerra que se encuentra en inglés en las librerías es "Air América", de Christopher Robbins, una obra más bien apologética centrada en los pilotos de la CIA, que presenta sus acciones en un ambiente desenfadado, y que inspiró la película, casi humorística, de Hollywood del mismo título, con Mel Gibson como protagonista. ¿Hay olvido en Vietnam? "No olvidamos, pero perdonamos", dice el profesor de Hanoi, Le Van Hao. El estado se encarga de mantener viva la memoria. La guerra ha sido incorporada a la industria turística nacional, hay una gran diferencia con Laos. En el Museo militar de Hanoi, las visitas de las escuelas se suceden una tras otra. Los niños y los jóvenes escuchan con atención y respeto. "Están bastante bien informados", dice el teniente coronel Ngo Ban, que, tras pensar un rato, responde así a la pregunta sobre la ausencia de rencor y resentimiento: "Hoy queremos paz y desarrollo, ¿para qué necesitamos odio?"."Nunca hay que responder al castigo con el castigo, pues en ese caso el odio no se acabaría nunca. Eso nos viene de muy lejos", dice. Esa es la actitud psicológica general. Respecto a la posición política: "No habrá reconciliación real hasta que Estados Unidos adopte otra actitud", dice el profesor. Treinta años después, los vietnamitas siguen dando lecciones de alcance universal. |
||||