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13 de abril del 2005 |
Organizan la ignorancia
Ismael León Arias
El periodismo considerado serio en el Perú vive en trance de autoliquidación. Y no me refiero únicamente a la televisión de señal abierta, que nunca fue más ajena a conocer y difundir temas de ciencia, educación y salud, ni qué decir cultura. Hablamos además de los diarios presuntamente serios, cuyas páginas ignoran el conocimiento como las brujas medioevales detestaban la ley de la gravedad.
Como es conocido, el periodista dedicado a la divulgación científica amplía la educación escolar y apresta al lector joven para los ajetreos universitarios. Además, por supuesto, de estimular las vocaciones por la investigación. Eso no ocurre en el Perú, salvo un par de solitarias excepciones que no hacen sino confirmar la regla general. Un ejemplo, el diario La República se preguntó recientemente, en su primera página, dónde estaba el calzón de Leslie Steward, tristemente célebre mujercita del espectáculo, embrollada en estos días en otro escandalete típico de su biografía. Por supuesto nadie ha encontrado la prenda. Veamos qué temas son casi desconocidos para la mayoría de peruanos lectores de periódicos, televidentes o radio oyentes. Los alimentos transgénicos, por ejemplo. En medio mundo esta modalidad de la biotecnología está sometida a rigurosos escrutinios periodísticos. Hay asociaciones de consumidores orientados por medios poderosos, que les ayudan a tomar decisiones en sus compras, tanto como a los políticos les sirven para debatir en foros y plazas. En el Perú los transgénicos están en los alimentos enlatados que se venden en los supermercados, sin que el público lo sepa. Y el Congreso no tiene ningún proyecto que se ocupe de ellos. Otro caso es el de los sistemas de acreditación universitaria, diseminados en casi todos los países de América Latina, menos en Haití y el Perú, sin que la prensa local haya pedido jamás a los políticos que se interesen en el asunto. Mientras tanto las universidades particulares se multiplican como bodegas y millares de jóvenes son estafados de manera pública y organizada. Podemos agregar la clamorosa ausencia de debate sobre temas de educación, en un país con uno de los peores registros de América en rendimiento escolar; o la mortalidad materno-infantil por causas vinculadas al desconocimiento elemental de regímenes sanitarios y alimenticios. Pero aquí nos detenemos. La audiencia y otras coartadas ¿Cuál o cuáles podrían ser las explicaciones ante semejante lenidad? En el caso de la televisión una de las causas sería el sometimiento incondicional ante el llamado raiting, que por añadidura es organizado desde Lima por una empresa especializada brasileña. Ningún productor quiere tener un programa debajo de los 10 puntos, aunque para superarlos tenga que importar loquitas en desuso como Gloria Trevi u obligar a su público más pobre a besar sobacos a cambio de unos cuántos dólares. La tiranía de la audiencia rechaza cualquier iniciativa que exija al conductor por lo menos hablar bien. Ni qué decir la cara que ponen los dueños de los canales cuando les sugieren invertir en concursos educativos para niños o jóvenes. "Ese es culturoso", señalan con el dedo infamante al autor de semejante idea. Y lo peor es que lo condenan y borran de las nóminas periodísticas. En la prensa escrita es distinto pero con resultados semejantes. Al tema educativo o científico, en un par de medios, se le asigna un espacio semanal o quincenal, pero en medio de una barahunda de páginas destinadas a las noticias "vedettes", es decir los escandalillos políticos de la familia presidencial, o los dimes y diretes de congresistas fronterizos. Así, cuando el lector de periódicos toma entre sus manos un diario serio, encuentra el mismo material que en la prensa vulgar llamada "chicha", pero editado con mayor sobriedad, acompañado de cuadros estadísticos e infografías ilustrativas de la cotidiana pobreza intelectual de nuestros parlamentarios. Mientras tanto crece la lectoría de los tabloides multicolores que publicitan futbolistas cojos o ciegos que desconocen torneos mundiales hace 25 años, bailarinas desaforadas con traseros gigantes, adivinos, chamanes, prostitución delivery y naturalmente lagrimeantes biografías del fallecido Papa Juan Pablo II, merecedor de la unánime aprobación de serios y chichas. ¿Puede alguien extrañarse que el Perú esté al borde de ser considerado país inviable en el siguiente cuarto de siglo? ¿Han reparado alguien que a un año de las elecciones generales ninguno de los candidatos en danza registra 20 por ciento de la aprobación ciudadana? ¿No es vergonzoso que otro 20 por ciento añore como presidenciable a un japonés delincuente y prófugo por añadidura? Así estamos en el Perú, país en el que sus más calificados economistas se han resignado a pedirle a los capos de una economía que crece al 4,5% anual, que por favor chorreen alguito para los más pobres. |
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