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6 de abril del 2005 |
Álex Grijelmo
Con las palabras del idioma español se pueden construir los textos más enrevesados pero también los más sencillos. La diferencia estriba en que el público suele apreciar mejor estos últimos. Algunos escritores -Azorín a la cabeza- han hecho de la sencillez su estilo, acompañada de la precisión porque siempre que se evitan las complicaciones y las ambigüedades se disfruta de la claridad. Y la claridad sólo tiene esos dos factores: sencillez y precisión. El genio de la lengua prefiere también la sencillez, y sobre ella ha construido su poder. Busca las fórmulas más simples: ya lo hemos visto con su espíritu analógico y su capacidad para dejarse enseñar. Los vientos que en algunos sectores tienden a contradecir esta tendencia están llamados al descrédito y luego al olvido. El idioma resulta mucho más fácil de lo que pretenden quienes hacen negocio de oscurecerlo. La tendencia universal del idioma es la palabra llana, que no en vano se llama así. De las 92.000 entradas del diccionario, son palabras llanas o graves (acento tónico en la penúltima sílaba) 72.500 (el 71 por ciento). "Casa", "mesa", "silla", "circo", "campo", "bosque", "árbol"... El léxico del español está inundado de palabras sencillas y llanas. Las palabras agudas son sólo el 19 por ciento ("avión", "color", "querer", "motor"...). El sonido de nuestro idioma invita a hablar con llaneza. Las esdrújulas son muy escasas ("último", "índice", "pérgola", "águila"), y no digamos las sobresdrújulas "rápidamente", "acapáraselo", "déjanoslos"...). Y no se puede defender que esdrújulas y sobresdrújulas desagraden al genio, pero sí podemos deducir que no las tiene como preferidas, porque hay menos esdrújulas entre las palabras patrimoniales que entre los compuestos griegos y los cultismos latinos. Y a su vez el grupo de palabras patrimoniales (las que han experimentado toda la evolución del castellano) contiene muy pocas esdrújulas con más de tres sílabas. Números estos que también aumentaron gracias a los cultismos latinos y griegos ("antropólogo", "filósofo", "homínido", "entomólogo", "pirómano"...). De hecho, en el habla común las palabras esdrújulas apenas aparecen. Y si éstas se identifican generalmente con el lenguaje culto, tal vez podamos establecer un baremo que relacione la formación de una persona y el uso que hace de las esdrújulas (número de ellas en relación con la media habitual en español, cantidad de sílabas en esas palabras, procedencia latina o griega...). Por lo general, las palabras largas son cultas; y se han formado con adición de afijos y partículas que denotan un cierto conocimiento superior de la lengua. Aunque no racionalmente, muchos políticos han debido de hacerse, de forma intuitiva, este planteamiento. De otro modo no se explica su gusto por alargar las palabras y colocar su acento en las primeras sílabas y no donde les corresponde (préparación, cónstitucionalidad, éstimular, sólidaridad, ínvertiremos...). Parece que quisieran incrementar el número de esdrújulas, y la apariencia de expresión refinada, por el tramposo método de presentar como tales las que no lo son. Pero, vistos los datos expuestos aquí, eso va claramente contra el gusto del genio, y aleja el lenguaje político del que utiliza el pueblo con naturalidad, el lenguaje llano. Porque estadísticamente semejante esdrujulización constante no se corresponde con la presencia habitual de tales palabras en el idioma. Y por tanto varía el sonido global del discurso, lo que puede producir el efecto contrario al buscado: que el pueblo desconfíe de quien no habla como él. De hecho, el pueblo tiende a lo contrario: a acortar muchos términos que le parecen excesivamente largos (palabras compuestas, por lo general), como bici-cleta, foto-grafía, cine-matógrafo, porno-gráfico, zoo-lógico, auto-móvil, tele-visión, narco-traficante, peli-cula ("me voy a ver una peli"), micro-fono, híper-mercado, ultra-derechista... que en ámbitos familiares suman muchos m{as: "el presi", "la seño", "la Ascen"... En efecto, al genio no le gustan las palabras largas. Es normal que la gente se trabe al pronunciarlas, incluso los locutores profesionales las ensayan con cuidado para cuando se les presenten inexorables. El genio del español no propone una palabras tan cortas como las del inglés, donde abundan los monosílabos, pero digiere mal "antiestadounidense", "baloncestístico" o "anticonstitucionalmente". Ese carácter llano del español le viene, como es lógico, del latín. El genio de la lengua de Roma no creó nunca palabras agudas ni sobresdrújulas. Nosotros decimos "amor", pero los romanos pronunciaban ámor. Nosotros escribimos "libélula", pero en latín se dice libelúla (diminutivo a su vez de libella, que procede de libra, "balanza": por el equilibrio que mantiene ese insecto en el aire, con las alas desplegadas y horizontales). El genio del español (que como buen hijo del latín rompió con algunas reglas del padre, pero heredó mucho más) ha mantenido ese gusto. El latín, de hecho, adaptó palabras del griego haciéndolas pasar por el aro de sus propias reglas fonéticas: a causa de eso apenas nos han llegado al español voces griegas agudas (excepto los nombres propios, que no sufrieron adaptación). Por todo ello, la mayoría de los vocablos agudos del español son tardíos (además de relativamente escasos). La primera persona. ¿Es descabellado relacionar la sencillez del genio del español con su desapego de la primera persona? Tal vez, pero eso es lo que ocurre. "Dejamos a los psicólogos e historiadores de la cultura la tarea de aclarar por qué el español, entre otras lenguas románicas y germánicas culturalmente colindantes, hace al sujeto hablante menos protagonista que aquéllas", escribió Emilio Lorenzo (1). Ciñéndonos al retrato meramente lingüístico, es cierto que en inglés o francés se pierden las desinencias verbales y eso obliga a introducir el sujeto. En español, en cambio, la desinencia verbal garantiza casi siempre la identificación de la persona-sujeto ("¿vienes?" frente a "¿tú vienes?"). Y eso oculta al agente y favorece la sencillez, hasta el punto de que salta al oído la inmodestia de quienes utilizan continuamente el "yo" cuando hablan. En español, el sujeto queda como recurso para el énfasis o para resolver una ambigüedad. Pero más para el énfasis. Ese recurso no lo tiene el inglés. El francés sí: moi, toi, lui..., en formaciones como moi, je vais... El genio del idioma, para más abundancia en las posibilidades de sencillez, puso también al servicio del hablante la opción del sujeto "uno" y "una", que logran subsumir el protagonismo de la primera persona en una tercera: "uno piensa que eso es lo adecuado", "una creería que eso era verdad"... La ocultación del "yo" se extiende en español a la resistencia frente al uso del posesivo: "se le cayeron las gafas", en vez de "se le cayeron sus gafas". Por eso podemos pensar que van contra el genio de la lengua las frases tan habituales de los periodistas deportivos: "Zidane se lesionó en su tobillo", "Beckham dispara con su pierna derecha", "Ronaldinho se lleva su mano a su cabeza", puesto que en todas ellas los pronombres son superfluos (y no hay que olvidar que el genio tiende a la economía). No es difícil imaginar la influencia de una lengua distinta cuando se oyen frases así (generalmente el inglés) (2). Lo expresó muy bien Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua: "(...) el estilo que tengo me es natural y sin afetación ninguna escrivo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que sinifiquen bien lo que quiero dezir, y dígolo quanto más llanamente me es possible, porque a mi parecer, en ninguna lengua está bien la afetación". Valdés coincide con don Juan Manuel en que "todo el bien hablar castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos palabras que pudiéredes". Me permito recordar aquí la frase que escribió un periodista, amonestado en su día por el Departamento del Español Urgente de la agencia Efe: "abandonó la Ciudad Condal para iniciar su período vacacional". A su alcance había tenido una frase mejor, y además sin rima: "salió de Barcelona para empezar las vacaciones". El 4 de septiembre de 2004 oigo en la radio: "el coche sufrió una salida de la calzada", lo cual se parece bastante a "el coche se salió de la carretera". Ya lo contaba Cervantes: "aquí alzó otra vez la voz maese Pedro, y dijo: 'llaneza, muchacho, no te encumbres; que toda afectación es mala'". El gusto por la sencillez lleva al genio del idioma español a proponer frases sencillas, directas, sin muchas subordinadas. Las frases largas y llenas de subordinaciones enredan su ritmo y lo amaneran. Hace falta mucha maestría literaria para manejarse en esos terrenos inhóspitos, porque ni el ánimo ni la estructura de nuestra lengua ayudan en el intento. Y ni siquiera cuando esas frases se construyen con corrección y resultan inteligibles se puede garantizar que sean también literarias.
Notas
(*) Capítulo del libro del autor El genio del idioma. Madrid, Taurus, 2004. 257 p. Reproducido con permiso de la editorial en México.
(1) E. Lorenzo, El español y otras lenguas, Madrid, Sociedad General Española de Librería, 1980. |
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