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28 de octubre del 2004 |
Miguel Hernández. España, 1939.
Entre todos vosotros, con Vicente Aleixandre
Con ellos me he sentido más arraigado y hondo,
Alberti, Altolaguirre, Cernuda, Prados, Garfias,
Hablemos del trabajo, del amor sobre todo,
Dejemos el museo, la biblioteca, el aula
Quitémonos el pavo real y suficiente,
Así: sin esa barba postiza, ni esa cita
Ahí está Federico: sentémonos al pie
Siempre fuimos nosotros sembradores de sangre.
Siendo de esa familia, somos la sal del aire.
Eso sí: somos algo. Nuestros cinco sentidos
Hablemos, Federico, Vicente, Pablo, Antonio,
Si queréis, nadaremos antes en esa alberca,
***
«Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!»
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