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La insignia
25 de mayo del 2004


Una mujer castellana


Corpus Barga (España, 1887 - Perú, 1975)
Fragmento de «El II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas: Su significación»
Hora de España. Valencia, agosto de 1937.


«…Pero donde las letras, todas las letras extranjeras venidas a España, hasta las de un letrado chino, se encontraron y se entendieron con el pueblo que canta y no escribe, fue en un lugar castellano -Minglanilla- en el camino de Madrid a Valencia. Allí las mujeres, los niños y los viejos -todos los habitantes- vinieron a cantar bajo las ventanas del Ayuntamiento donde los hombres de letras extranjeras partían los buenos panes redondos que aún se cuecen en los hornos de Castilla la Nueva.

Los hombres de letras salieron a la plaza pública, cantaron también, cada uno con su letra. «Y en diferentes lenguas es la misma canción». Mil voces y una sola voz, un abrazo y mil abrazos unieron al mundo letrado y al pueblo analfabeto. Una mujer castellana toda de negro, desde el pañuelo de la cabeza hasta los zapatos (porque se había puesto zapatos como los días de fiesta) estaba abrazada a una escritora inglesa y le contaba al oído dulcemente su pena. El marido fusilado, los hermanos muertos en la guerra. Detrás de la mujer enlutada un niño se escondía en sus faldas. La escritora inglesa, sin conocer el castellano, la comprendía y la consolaba, la estrechaba cada vez más en su abrazo. Acabaron las dos mujeres paseándose abrazadas, en silencio, llorando sin lágrimas bajo el sol implacable como el destino.

El niño seguía detrás, no soltaba las faldas de su madre mientras otras vecinas que contemplaban la escena hacían comentarios:

-No es propiamente de aquí, es una refugiada -decían de la mujer vestida de luto, y añadían por la escritora inglesa:

-Sin duda ha encontrado a una de su pueblo, que la está consolando.

Decían la verdad las vecinas de Minglanilla y mienten los Gobiernos de Europa. La castellana analfabeta había encontrado a una de su pueblo en la escritora inglesa, la cual había tenido que subir ya al automóvil y sacando su busto seguía abrazada, no quería separarse de su «paisana». Pero el automóvil arrancó. Entonces, la mujer analfabeta de Castilla tuvo uno de esos gestos naturales que son la inspiración de un pueblo secularmente culto, con la cultura transmitida de viva voz, en gesto vivo. Cogió al niño que se escondía en sus faldas y lo alzó en ademán de saludo. El sol, blanco de fuego, esculpía aquella estatua dinámica.

El niño tendía las manos como un Jesús de Montañés. Hijo de cien generaciones de uno de los pueblos más fértiles en humanidad: la castellana alzaba cara al sol una encarnación del futuro que -al igual de este niño poco después en el regazo de su madre- duerme en el seno de la victoria.»



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