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La insignia
25 de marzo del 2004


Uruguay

La marca de Seregni


Marcelo Pereira
Brecha. Uruguay, marzo del 2004.

Fotografía de Nancy Urrutia.


Hace veinte años, poco antes de las 6 de la tarde del lunes 19 de marzo de 1984, el general Liber Seregni estaba en el medio del asiento de atrás del Volkswagen, listo para salir a la calle que lo esperaba, nerviosa.

Adelante iban sus dos hijas, Bethel y Giselle. Junto a él había dos muchachos, uno contra cada ventanilla en una imprecisa tarea "de seguridad", galvanizados por la noción del momento histórico y la presencia de la leyenda. Uno de ellos trataba de memorizar chapas que pudieran delatar luego la presencia de tiras, cuando vio al policía que no quería mirarlo pero mantenía, en la mano medio escondida, los dedos en ve.

El hombre que merecía aquel gesto casi suicida había pasado diez años, ocho meses y diez días cautivo de la dictadura. Pudo haberse ido del país, pero creyó que su deber era quedarse, y le alcanzaron la entereza y la inteligencia para trenzar, preso, un tiento firme que mantuviera unido a su Frente Amplio (fa). Cuando lo capturaron, el 9 de julio de 1973, era una figura de creciente peso en la izquierda. Al salir, nadie estaba cerca de su estatura dentro del fa, y la mayoría del país lo respetaba aunque no pensara en votarlo (pero si lo hubiera pensado no habría podido, porque salía proscrito).

Excepción que irrita

Veinte años después, Seregni todavía pone a prueba nuestra capacidad de convivir con lo extraordinario. Nunca estuvo en un organismo de gobierno, y renunció hace ocho años a su único cargo político, la presidencia del fa, definida a su imagen y semejanza durante un cuarto de siglo. El año pasado anunció su retiro de la vida pública y es aún referente político central, aunque hace tiempo que la política es ocupar cargos.

Siempre muy militar, encarna un proyecto estratégico que poco tiene que ver con los campos de batalla y mucho con la esquiva esencia de la democracia. Ha dejado el alma en la cancha para que el fa gobierne, pero con la convicción de que no podrá ni deberá gobernar solo, sino en relación fluida con todo el resto de los actores políticos y sociales. Una convicción obvia desde su mensaje pacificador, megáfono en mano, al salir de la cárcel, pero irritante, por cierto, para muchos frenteamplistas, por diversas razones.

A unos molesta porque creen, todavía, que habrá juicio final y reino eterno de la verdad. A otros incomoda porque esa convicción ha llevado a Seregni, en los últimos 20 años, a concebir la cuestión de los crímenes de la dictadura, por ejemplo, como un elemento más en el juego político, que por lo tanto puede ser relativizado.

En 1986 apostó a que los partidos y una corriente interna de las Fuerzas Armadas coincidieran sobre un juzgamiento acotado a los delitos más graves. Poco antes del referendo de abril de 1989, dijo que si ganaba el voto verde había que ponerse de inmediato a buscar una solución política, y más de uno tuvo ganas de estrangularlo. En los últimos tiempos, trató más de una vez de tender puentes hacia los militares con declaraciones que indignaron a gran cantidad de izquierdistas.

Irrita Seregni porque su proyecto significa acuerdos, concesiones y alianzas, cuya última expresión fue la actividad programática, desde 1996, del Centro de Estudios Estratégicos 1815, que entre otras cosas sentó bases de la derogada ley de ancap. Pero también porque ese proyecto es, a la vez, nítidamente frenteamplista, y en estos tiempos triunfan muchas de las posiciones que él llama "posfrentistas", y que se dedicó a combatir con empeño mientras dirigió el fa. Perdieron los que querían que el Frente creciera hasta ser mayoría, en lo posible absoluta; pero también perdieron el general y otros que querían alianzas sin perder la identidad propia, y sin que los aliados perdieran las suyas.

Y Seregni fastidia porque, en la última etapa de su actividad pública, quiso ser tábano y no callarse. Y porque eso aumentó aun más su prestigio, en este país lleno de hipocresías que tanto elogia la autenticidad.

A contramano

En un escenario político donde los dirigentes se destacan cada vez más como individuos, sobre un desierto desolado, el ex presidente del fa ha sido un fanático de las instituciones. De 1985 a la ruptura de 1989, estuvo dispuesto a poner en peligro la excelente imagen pública con que salió de la cárcel, y no esquivó los desgastes de la mediación y la confrontación en "la interna" frenteamplista, porque quería hallar nuevos principios organizativos eficaces para un período de grandes desilusiones.

Así se sucedieron, como pesadillas, las polémicas sobre reestructura y los intentos de ponerse al día con la agenda del mundo, en una izquierda con tres culturas (cárcel, exilio, resistencia clandestina) o, como sostenían otros (contra Seregni), en las culturas de dos izquierdas, una moderna y apta para gobernar en forma encantadora, y otra tradicional e inviable, odioso lastre de la primera.

Él se mantuvo firme por la unidad sin exclusiones, convencido -a la inversa de la llamada "nueva izquierda"- de que era indispensable para llegar a gobernar de un modo que valiera la pena.

Su última lucha por adecuar "la orgánica" y la línea del Frente fue librada a partir de la coyuntura singularmente crítica que se presentó en torno al II Congreso del fa, en 1991, combinando la crisis del llamado "socialismo real", sus consecuencias en la izquierda uruguaya, el agotamiento del primer impulso en el gobierno municipal de Montevideo, la formación del Mercosur y el debate frenteamplista sobre política de alianzas.

En los años posteriores, marcados por el referendo que derogó parcialmente la ley de privatización de empresas públicas, en diciembre de 1992 (día en que Seregni cumplió 76 años), el fa avanzó a los tumbos hacia la gran crisis de fines del 93, que el general resolvió. Su proyecto fue crear una conducción reducida y eficaz, con participación personal de los principales dirigentes, aplicar los lineamientos aprobados sobre alianzas, reconciliarse con Hugo Batalla y lograr el anhelado acceso al gobierno nacional. Pero conflictos internos, intereses personales y pericia de los adversarios determinaron que Batalla terminara aliado con Julio María Sanguinetti y que éste volviera a ser presidente.

Poco después se desató una lucha frontal por la sucesión en el fa. De 1994 a 1996, con Danilo Astori ya sectorizado para contrapesar el apoyo a Vázquez del Partido Socialista y otros grupos, la apuesta seregnista a una articulación de los liderazgos emergentes condujo a un fallido intento de repartir espacios entre Vázquez (en el flamante ep-fa), Astori (en el Parlamento) y Mariano Arana en la imm. Pronto se vio que el partido se jugaba entre los dos primeros, y que no era viable que integraran un triunvirato con el líder histórico. Ése fue el marco en que estalló el conflicto por la reforma constitucional, que llevó a Seregni a renunciar a la presidencia del Frente.

Jugador distinto

La renuncia a la presidencia del fa fue, por otra parte, coherente con un lineamiento central de su trayectoria, y eso se ve con más claridad en forma retroactiva. Este militar constitucionalista que estuvo 40 años en el Ejército, entre los golpes de Estado de Terra y de Bordaberry, se esforzó muy especialmente contra la "ley de lemas", herramienta para consagrar en la política uruguaya aquello del tercero excluido, con abundante beneficio para colorados y blancos. Desde la fundación del Frente hasta la negociación de la reforma constitucional que fue aprobada en 1996, buscó romper el cerco, con el voto en blanco de 1980, en el Club Naval y en la Concertación Nacional Programática, que empezó con todos menos los blancos y terminó cuando Sanguinetti se alió con los blancos contra todos.

En la inclusión institucional de la izquierda pensaba cuando pronosticó tras la salida de la dictadura, en el Cilindro Municipal, que el país iba rumbo a un nuevo bipartidismo con polos de izquierda y derecha.

Por el principio de la candidatura única (no por su candidatura personal, a la que ofreció renunciar) estuvo dispuesto a afrontar la ruptura del fa en 1988-89, y antes a la ruptura personal con Hugo Batalla, que había sido su abogado y su amigo.

Esas rupturas implicaron, además, asumir el riesgo de grandes retrocesos en otros terrenos, ya que los que se fueron eran grandes impulsores, junto con Seregni, del diálogo y los acuerdos con sectores sociales y políticos tradicionalmente hostiles a la izquierda.

Asignó tanta importancia estratégica a la exigencia de candidaturas únicas a la presidencia para todos los lemas, que se desesperó al ver que esa conquista le parecía demasiado cara en 1996 a muchos de los principales dirigentes frenteamplistas.

Este 19 de marzo, unos 80 ex militantes estudiantiles* han convocado a un homenaje a Seregni en el Paraninfo de la Universidad de la República, a las 18.30. El texto que fundamenta la convocatoria al Paraninfo puede leerse en el sitio de Internet Seregni, donde ha recibido centenares de adhesiones desde posiciones sociales, políticas y geográficas muy diversas.

Se trata de una especie de proclama titulada "Seregni, ética y coraje" en la cual se califica al homenajeado de "símbolo vivo de la lucha por la democracia y la libertad", que "ha dado pruebas del mayor desprendimiento personal, priorizando siempre los intereses generales del país por sobre el cálculo de conveniencias o pequeñas ventajas coyunturales", y en cuya prédica "se ha destacado, de manera muy nítida, tanto la aversión hacia el doble discurso como el coraje personal para expresar abiertamente su pensamiento sin medir eventuales costos políticos de sus opiniones".

A esas virtudes pueden añadirse otras, también muy características del personaje y muy singulares en este país. Por ejemplo, que Seregni dejó que crecieran a su alrededor nuevos dirigentes de su fuerza política. Y que llegó un momento en que decidió que servía mejor a su gente si cedía un mando que empezaba a ser cuestionado, en vez de aferrarse a él y tratar de devolver los golpes desde arriba. Y que ha tratado, hasta estos años de su vejez, de aprender qué hay de nuevo en el mundo, sin miedo a revisar y criticar en voz alta sus convicciones anteriores. No es poca cosa, aquí o en cualquier parte, y basta con esos rasgos para diferenciarlo nítidamente de destacados dirigentes políticos con los que le tocó compartir una época. ¿Hace falta una lista de nombres?


(*) Entre ellos, el autor de este artículo.



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