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2 de julio del 2004 |
Jesús Gómez
Hace unas horas leía en un «periódico alternativo» sin ánimo de lucro, formado ciertamente por comisarios políticos sin más ánimo que trepar (dejemos la flexibilidad del concepto lucro para otro día), que su pasquín digital ha sido incluido en el «top 100» de Google. Por supuesto, el hecho abría edición en términos similares a los que utilizaría cualquier empresa con intenciones publicitarias, pero si lo hubieran escondido en páginas interiores habría sido igual: dar relevancia a ciertas cosas implica, necesariamente, una estafa.
Hasta aquí, nada nuevo. Los grandes medios andan envueltos en una guerra de cifras de lectores, frecuentemente falsas, por motivos que en sus aspectos más comprensibles van desde el efecto en el mercado de la publicidad hasta la necesidad de justificar inversiones y errores. Los medios menos grandes, los imitan; y sobra decir que si cambiamos de tercio y hablamos de otra clase de publicaciones, el panorama se mantiene aunque los objetivos puedan ser diferentes. Lo grave no estriba en que un medio supuestamente alternativo, progresista o como se quiera llamar, confunda a sus propios lectores con las mismas trampas de la prensa que afirma combatir. Eso ni siquiera resultaría paradójico: es lo de siempre en ese mundo que Mario Roberto Morales definiría como «izquierdoderechista». Lo verdaderamente grave, lo que no se puede excusar ni relativizar, es la peligrosa contribución al engaño del conjunto de los usuarios de Internet. El problema de las mediciones es común a Red, papel, radio, televisión y cualquier otro instrumento de creación de opinión -en teoría, de transmisión de información- que puedan imaginar. Sin embargo, hay quien cree que los resultados de Internet son particularmente menos fiables, o menos medibles, cuando lo que sucede es otra cosa: como este medio es más democrático, plural e internacional que cualquier otro, también es donde más se nota la crisis de los modelos periodísticos tradicionales y la aparición de otro tipo de medios que compiten con ellos y a veces, incluso, los desbancan. Dicho de otra forma, existen intereses añadidos para evitar mediciones de lectores ajustadas e idénticas para todos. A fin de cuentas, una radio comunitaria, una cadena de televisión de provincias, una revista o un periódico de barrio no pueden competir en circunstancias normales con los grandes grupos periodísticos; por obvia imposibilidad económica, cuando no por un defecto original de planteamiento, jamás consiguen acceder a mayorías y no son por tanto un obstáculo para el poder. Pero llegó Internet y llegó el miedo. Ahora se trata de impedir la desagradable comparación, la demostración de que algo no funciona. Y cuando existen organismos mínimamente validos en lo relativo a las mediciones de lectores, como EGM y OJD en España, los precios y condiciones resultan tan prohibitivos que -oh, sorpresa- sólo los grandes medios pueden darse de alta. Bien a su pesar, cualquiera con conocimientos básicos de Internet sabe qué criterios se deben utilizar a la hora de establecer medidas y qué criterios son vulgares estafas, pero la inmensa mayoría de los lectores lo desconocen, y lo que es peor: hasta los propios autores, demasiado acostumbrados a otras verdades y mentiras -las del papel- confunden el cieno que pisan con el cielo que les prometen. Sobre todo ello hemos informado repetidamente en La Insignia y seguiremos haciéndolo; una de las preocupaciones centrales de este periódico es dar a conocer el funcionamiento real de los medios de comunicación y contribuir, en la medida de lo posible, a romper los mitos y leyendas de conceptos tan vagos como el pensamiento único y de hechos tan concretos como la confusión entre libertad de expresión y libertad de prensa o entre libertad de prensa y oligopolio. Les ruego entonces que superen su natural aversión a las explicaciones técnicas y presten un minuto de atención. Casi todo en este medio es más fácil que en el resto, y el premio -ser un poco más libres, lograr que nos engañen un poco menos- seguramente merece la pena. Ley general de Internet: no se fíen nunca de los datos de empresas como Alexa y Google. Y si alguien utiliza sus mediciones para afirmarse más grande o más leído, denle un buen corte de mangas y no vuelvan a tomarlo en serio. ¿Por qué? Porque ni la una ni la otra realizan mediciones absolutas de lectores de ninguno de los medios que indexan, luego difícilmente se pueden utilizar como referencia. Observen: La clasificación de medios que ofrece Alexa se realiza a partir, exclusivamente, de las páginas que visitan los usuarios que descargan su barra de tareas y la instalan en su ordenador, que por otra parte sólo funciona con sistemas operativos Windows y el navegador Internet Explorer de Microsoft. Como muestra estadística sería siempre parcial y arbitraria en el mejor de los casos, pero el asunto no se queda ahí: además de lo mencionado, su desigual distribución mundial hace que los resultados varíen enormemente en función del idioma del sitio, el país de origen e incluso -cito a la empresa- «de otros factores culturales y geográficos» como ser usuario de Amazon y vivir en Corea del Sur. Sucede que Alexa no contabiliza lectores de medios de comunicación: contabiliza usuarios de la propia Alexa. Y por si fuera poco, lo hace con un sistema tan fácil de manipular que hay cientos de publicaciones que aprovechan el truco -hay otros- de redigir su tráfico a través de http://redirect.alexa.com para mejorar su posición en el ránking. Sin embargo, nada de lo anterior evitó que ese periódico «alternativo» también se llenara la boca, hace unos cuantos meses, con los falsos resultados que le concedía la multinacional. Google, en cambio, renuncia de entrada -y por el momento- a posibles mediciones de usuarios aunque sea de forma tan indirecta. El buscador utiliza un sistema muy diferente, su conocido PageRank: valora la cantidad de enlaces entre sitios de Internet y lo «importantes» que sean, factor este último tan peculiar que las comillas no son mías sino de la propia empresa. Grosso modo, interpreta el enlace de una página a otra como un voto para la segunda y después establece jerarquías: cuantos más enlaces de otras páginas se tengan, y más «importantes» sean, más alta estará una publicación determinada en la clasificación de Google. Como ven, ni el buscador mide lectores ni lo pretende. Se podría decir que lo que mide es otra cosa: ámbitos de influencia. Y si bien es cierto que el sistema resulta evidentemente más fiable que el de Alexa, también lo es que las distorsiones son con frecuencia enormes cuando no se da una cierta igualdad de condiciones entre los sitios que se comparan. Por ejemplo, determinadas instituciones públicas salen siempre bien paradas en relación con cualquier medio, lo cual explica que en el «top 100» citado por nuestro amigo, la sexta publicación supuestamente más leída en todo el mundo hispano sea la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, y que los sitios web de la Generalitat de Cataluña, el Fútbol Club Barcelona, la Biblioteca Nacional de España y la propia Real Academia de la Lengua superen en lectores a la inmensa mayoría de los medios de comunicación de ambos lados del Atlántico. Si eso les ha parecido surrealista, aguanten el tipo y esperen a esto: también sucede que los medios que dependen de grandes organizaciones políticas o sociales gozan de una ventaja similar por parecida acumulación de enlaces; según Google, la página del EZLN mexicano supera a Yahoo en español, y el alternativo periódico, que sólo en España recibe vínculos (favores) de todas y cada una de las páginas de Izquierda Unida y de casi todos los batasuneros (luego se preguntarán en IU qué están haciendo mal), aparezca por encima del diario deportivo As. Decíamos en cierta ocasión que no hay medios oficiales ni alternativos, sino sólo información y propaganda. Sin embargo, debo subrayar que en este caso no son Alexa ni Google los que manipulan; no pretenden pasar por otra cosa que lo que son y ambos indican con claridad sus métodos e intenciones. Aquí, los manipuladores son otros: los que saben que el común de los lectores, como el común de los consumidores, jamás lee la letra pequeña. No importa que diez, cien, diez mil, estemos al tanto de ello; no importa que estas cosas apenas merezcan chistes entre los que están bien informados; si la inmensa mayoría no lo sabe, la mentira se convierte en verdad, la verdad no existe y todo se queda siempre entre los censores grises y los censores grises, que juegan a ser diferentes. Por nuestra parte, ya habrán tenido ocasión de comprobar que La Insignia no se presta a distorsiones ni memeces. No lo hace en la información, lo que nos cuesta censuras a diestro y siniestro, y desde luego jamás mentiríamos con nuestras cifras de lectores, que por otra parte son reales, medibles, contrastables y están a disposición de quien lo solicite, como tantas veces hemos comentado. Nos interesa la calidad, no la cantidad; nos interesa la simple pretensión de realizar un diario mínimamente digno. Y tal vez por eso nos convertimos, sin buscarlo, en el mayor diario de nuestro ámbito. Hoy hemos tratado un aspecto muy pequeño de un problema del que habría mucho que decir, pero en atención a los desconfiados, incrédulos y ateos de toda condición que queremos como colaboradores y lectores, es justo que añadamos un par de datos que encontrarán relevantes en lo relativo a las intenciones de este artículo: según Google, La Insignia es en la actualidad el cuarto medio más «importante» de su categoría de medios digitales, donde también se encuadra el periódico de marras, situado unos ocho o nueve puestos más abajo; en cuanto a Alexa, nuestro medio repite posición en un apartado similar, y no nos costaría encontrar más espejos y cuentas de vidrio. Ahora bien, ¿qué valor tiene todo ello? Escaso o nulo, por las razones expuestas. Se podría alegar, y sería cierto, que los resultados de proyectos independientes como La Insignia son más fiables que otros en el sistema de Google porque no se encuentran en ninguna categoría que ofrezca ventajas irregulares. Pero sería absurdo: no son sistemas válidos de medición, con independencia de que nos agraden o desagraden sus resultados. En materia de información, los lectores suelen desconocer los verdaderos objetivos, editoriales o incluso personales, que ocultan los medios. Ustedes saben cuáles son los nuestros. La historia de este diario es tan sencilla que sus intenciones se podrían contar en un solo párrafo, y por suerte no somos una isla en Internet; hay tantos medios y sitios merecedores del mayor respeto, tanta información útil, que por primera vez en la historia del periodismo se puede afirmar, sin dobles intenciones, que el lector ya no puede escudarse totalmente en la lejanía del proceso editorial para lavarse las manos y dejarse engañar. Cambien las malas costumbres adquiridas en prensa y televisión, dejen de ser simples receptores, comprueben la veracidad de lo que leen, aprovechen el medio. Nadie tiene derecho a reducirnos a masa, oveja tras oveja que forman rebaño. Y si lo hace, que por lo menos nos cuente bien. |
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