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9 de septiembre del 2003 |
Una cruz de olvido
Sergio Ramírez
Una cruz de madera levantada a medio camino del puente que une Ciudad Juárez con El Paso (Texas) al otro lado de la frontera con Estados Unidos, recuerda a las 270 mujeres atrozmente asesinadas a lo largo de una década. Desde el año de 1993 los cuerpos de las víctimas comenzaron a aparecer en baldíos, o en breñales junto a las vías del ferrocarril, mutilados y torturados, y generalmente de ocho en ocho. Todas presentan huellas de haber sido violadas masivamente, y a alguna le han arrancado los pezones a mordiscos. La cruz está llena de clavos. A cada nueva mujer asesinada, se agrega un clavo más, y del clavo cuelga un papelito con su nombre. Cuando la periodista pregunta a un pasante si sabe porqué está esa cruz allí, responde que no, "pero me da sombrita", dice.
La periodista, una muchacha aguerrida y terca, que no cesa de preguntar, es tan joven como cualquiera de las víctimas, cuyas edades van de los 15 a los 25 años, y se llama Sandra Vanesa Rosales. Junto con otro reportero, Mario Mercuri, y el editor de cabina Gilberto Domínguez, ha ganado este año el premio de la Fundación Nuevo Periodismo por el reportaje "La cruz de Juárez", emitido por la radio de la Universidad de Guadalajara. Cuarenta horas de material grabado fueron convertidas en el milagro de un documento de escasos veinte minutos, transparente y rotundo, lleno de lo que un reportaje de radio debe siempre estar lleno: de voces que parecen imágenes. Ni Sandra ni Mario sabían nada de radio cuando se decidieron por este trabajo, atraídos por el enigma de los asesinatos de tantas mujeres, y sólo tenían experiencia de reporteros en la prensa escrita. Viajaron a Ciudad Juárez, y procuraron hablar con todo el mundo, empezando por los familiares de las víctimas, y los de quienes guardan prisión acusados de ser autores de algunos de los asesinatos; entre otras cosas encontraron que hay una identificación solidaria entre ambos grupos, porque están convencidos de que los verdaderos responsables siguen impunes y sólo se ha llevado a la cárcel a chivos expiatorios. También entrevistaron a gente de la calle, que dice no saber nada, o no recordar. Algunos, tendrán miedo, o no querrán implicarse; otros, simplemente ignoran todo acerca de estos crímenes en serie, de victimas sin rostro, en una ciudad donde sobran los delitos de todo tipo. Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, con casi millón y medio de habitantes, es desde el año de 1965 el eje más importante de la maquila industrial, centenares de plantas textiles y electrónicas que utilizan mayormente mano de obra femenina. De muchos lugares del norte de México, y aún de más allá, vienen a trabajar aquí mujeres jóvenes en busca de mejor fortuna, provenientes de municipios pobres, casi todos rurales, y desde esos mismos lugares viajan los familiares a identificar los cadáveres, cuando pueden. Ellas son las escogidas para el ritual de muerte. Pero Ciudad Juárez es también sitio de paso para miles de inmigrantes clandestinos, "espaldas mojadas", que esperan, desocupados, la oportunidad de atravesar el río Bravo, y que llenan las cantinas y los burdeles mientras les llega la señal del "coyote" para emprender el viaje hacia el otro lado. Y, más importante aún, es la sede central del Cartel de Juárez, el más poderoso de México, que maneja el trasiego de la cocaína hacia el estado de Texas, y de allí al resto de los Estados Unidos. El Cartel de Juárez controla a los "pushers", las redes de prostitución, el contrabando, la industria de videos pornográficos, lo mismo que a los choferes de traileres, los famosos"ruteros", y a las pandillas de delincuentes, como los "Diablos", o los "Toltecas". Entre todos o cualquiera de ellos, puede estar la mano que ejecuta con saña diabólica a las mujeres de Juárez. Ciudad Juárez crece hoy en hoteles de lujo, hipermercados, centros comerciales y parques industriales, pero también crece como capital del crimen organizado. El subprocurador de justicia declara a los autores del reportaje premiado que acerca de las mujeres de Juárez se ha exagerado: no se trata de 270 víctimas, sino "apenas" de 76. Cuestión de estadísticas. Violadas, torturadas, decapitadas a veces, desfiguradas de tal forma que los familiares entierran muchas veces el cuerpo equivocado. Las evidencias reunidas sobre los casos, se esfuman de los registros, o son alteradas. Y los responsables no aparecen, o cuando aparecen no son los verdaderos, porque las investigaciones van siempre por donde no deben ir. Un gran lamento en un velorio que no termina, como dice una de las voces en el reportaje. Todas las víctimas parecen ser escogidas con gusto uniforme y siniestro: son jóvenes, morenas, espigadas, de grandes ojos, pelo largo y frondoso; y sus cuerpos aparecen siempre de ocho en ocho. Cada vez, un clavo es agregado a la cruz, y del clavo cuelga un nombre. Una cruz de olvido. Monterrey, septiembre del 2003. |
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