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La insignia
10 de septiembre del 2003


Henry David Thoreau:
Una mirada sobre la sociedad estadounidense


Marcos Cueva Perus (*)
La Insignia. México, septiembre del 2003.


Frente a lo que sucede hoy en el mundo, pero de manera particular en una sociedad estadounidense que sería demasiado aventurado etiquetar (durante la guerra contra Irak fue llamada por igual "fascista" que "totalitaria", cuando en todo caso se ha acentuado su carácter de "república imperial", como lo hiciera notar recientemente Arthur Schlesinger Jr.), es seguro que Henry David Thoreau (1817-1862), firme opositor a la esclavitud y la guerra ilegal de Estados Unidos contra México en 1848, partidario de la desobediencia civil cuando el caso lo ameritara, un hombre al que Leandro Wolfson describiera como "el hombre más puro detrás de sus intransigentes desplantes", y con quien "caminar era un placer y un privilegio" (Ralph Waldo Emerson aseveró que no había "estadounidense más auténtico"), habría proferido not in my name, como intentaron consignarlo muchos otros estadounidenses, aunque ya sin los bríos de la época de las protestas contra la guerra de Vietnam, allá por finales de los años 60. Conviene hacer mención de Thoreau ahora que la supremacía estadounidense en el planeta, o lo que aspira a ser tal, fascina a muchos como ninguna otra potencia pudiera hacerlo en el pasado, e inquieta a otros tantos, provocando en ambos casos una aguda sensación de impotencia.

Uno de los propósitos de la guerra que la actual administración en Washington lanzara contra Irak consistió en acallar, con medidas cada vez más coercitivas, cualquier forma de oposición interna a las decisiones tomadas por el gobierno en turno, y hubo que esperar meses antes de que en el propio gobierno de Estados Unidos fueran reconocidos algunos de los motivos internos de la agresión. Si hemos escogido referirnos a Thoreau, es en la medida en que, habida cuenta de la Espada de Damocles que Estados Unidos ha buscado colocar sobre el mundo, sería probablemente equivocado no contar con esa oposición, en un país que nunca fue particularmente tolerante con la misma (sobre todo en el siglo XX, y más aún con el macartismo), y que, durante la reciente contienda contra Irak, mostró una voluntad de acallar la discrepancia mucho más sutil, pero quizá más efectiva, que durante los años 50. Así pues, si en el pasado se estilaba gritar, en la España franquista, "muera la inteligencia" para sembrar el terror entre la intelectualidad, ahora pareciera haberse remplazado ese grito por un eufórico "viva la idiotez", de apariencia menos letal, pero que lleva por igual a una singular indiferencia. Aún así, sería insulso, y quizá "políticamente incorrecto", si cabe la expresión, seguir reduciendo, a la vieja usanza, a Estados Unidos a esa mezcla de superficialidad y bravuconería que justificaba, hace ya más de un siglo, la política del Gran Garrote (speak softly, but carry a big stick) con Theodore Roosevelt. Dicho en otros términos: a falta de perspectiva histórica, que es lo que el discurso estadounidense sobre un supuesto "dominio eterno" quisiera clausurar, desde distintos ámbitos de las ciencias sociales cabría preguntarse si existe, en la cultura estadounidense, por dónde esperar que se imponga la mesura. La interrogante también podría formularse con palabras de Thoreau: "¿No sería posible combinar la robustez de estos salvajes con la intelectualidad del hombre civilizado?". Hoy por hoy, esa robustez, promovida como tal desde las dos administraciones Reagan, al estilo Rambo, se caracteriza apenas por una superioridad militar (relativa) a la que se ha sumado el discurso del terror, y de un terror muy distinto, como habremos de sugerirlo, del que los propios Estados Unidos combatieran como "terror revolucionario" (que, de hecho, no fue el instrumento que forjó la independencia de este país).

Thoreau no fue lo que ahora llamaríamos un "científico social", pero, de una forma por lo menos tan aguda como Alexis de Tocqueville, mucho más conocido por el alcance sociológico de su mirada, supo ver muchos de los defectos que ahora se han vuelto por demás sobresalientes en la sociedad estadounidense, pero que las pantallas y los discursos propagandísticos, cuando todavía se consideran necesarios, suelen velar. Si acaso, Henry David Thoreau es una referencia para quien quiera adentrarse en una "ecología" distinta de la que hoy promueven los sectores más recalcitrantes de la derecha estadounidense. No quiso ser un erudito, y rechazaba la pedantería académica, pero deploraba sobre todo: "se publica mucho, pero se graba poco en la memoria". La sociedad estadounidense no es una sociedad letrada (ya no digamos ilustrada, habida cuenta de que es en Estados Unidos donde se originaron en los últimos tiempos los embates contra la Ilustración), ni aspiró jamás a serlo, quizá por su distanciamiento de Europa, con la que hoy lleva una relación de lo más ambivalente y tensa. Thoreau tampoco aspiró a ser un "letrado", aunque sostuviera que "los libros son la riqueza atesorada del mundo y la adecuada herencia de generaciones y naciones". Con todo, había notado ya que "la mayoría de los hombres han aprendido a leer para su mezquina conveniencia, como han aprendido a escribir números para llevar cuentas y no ser engañados en el comercio; pero de la lectura, como un ejercicio noble e intelectual, poco o nada conocen. Sin embargo, solamente eso es leer en un alto sentido, no aquel canturrear lujoso que adormece las más nobles facultades". No hace falta decir que, en una sociedad tan cerrada como la estadounidense (o, si se quiere, tan poco receptiva al exterior), los embates del macartismo, como los más recientes, no tuvieron demasiada dificultad en confinar a la cultura a reductos sin mayor capacidad de irradiación social, en comparación con el alcance de masas de la chabacanería. ¿Por cuánto tiempo sobrevivirán los islotes de razón en Estados Unidos?

Como sea, frente a esta cerrazón (y sinrazón), ya detectada en el siglo XIX, Thoreau prefería creer que "la única inversión que nunca quiebra es la bondad", y nada tenía que ver ello con el fundamentalismo apenas disimulado que tomó desde principios de la década de los 80, con escasos paréntesis, el poder en Estados Unidos, y que cíclicamente se apasiona por las cacerías de brujas, que también constituyeron "actos fundadores" de la nación estadounidense, ni letrada, ni verdaderamente laica. Ni siquiera atina Estados Unidos a elaborar propiamente ideologías, y los think thanks no lo hacen: son a la vez pragmáticos, como pocos "intelectuales" en el mundo, con alto sentido del interés particular pero muy bajo del interés general, planifican y sobre todo programan y "profetizan", pero no es seguro que reflexionen, y el ardid subyacente, si cabe llamarlo así, es tan arcaico y tan poco elaborado ideológicamente como las historietas de Pocahontas, los westerns en los que participara Reagan, o el oscurantismo mucho más temible de Salem, que hacen las veces de ideología. Así pues, el contrapeso cultural a la actual política estadounidense no pareciera ser especialmente fuerte, y es algo que, visto desde el exterior, debiera alarmar.

Thoreau no fue economista, pero supo anticipar lo que cualquiera que lo quiera ver puede hacerlo en estos tiempos: la salud económica estadounidense dista mucho de ser la mejor. "La misma nación -escribió Thoreau- (...) es como un establecimiento hipertrofiado, colmado de muebles y atrapado en sus propias trampas, arruinado por el lujo y el cuidado, por falta de cálculo y de un objetivo digno, como el millón de hogares que hay en el país; la única cura para ello es una economía estricta, una vida sencilla, más que espartana, y la elevación de los designios". Basta cualquier información fidedigna para saber cuán lejos se encuentra Estados Unidos de este objetivo, y cuán cerca, en cambio, de dificultades económicas que en los propios Estados Unidos podrían hacer descender a gran parte de la población, ya de por sí en la precariedad, mucho más por debajo de lo que pudiera imaginarse como vida espartana, que es la que se atribuye, por ejemplo, a Cuba. En particular, es algo que debiera inquietar, y ser tomado en serio, en América Latina y el Caribe, donde Estados Unidos ejerce su mayor fascinación. Pero es, además, una posibilidad ante la cual la sociedad estadounidense ni siquiera está acostumbrada a hacerse preguntas: "la mayoría de los hombres -escribía Thoreau en el siglo pasado- viven una vida de tranquila desesperación. Lo que llamamos resignación no es más que la confirmación de la desesperación (...). Hasta detrás de los llamados juegos y diversiones de la Humanidad se encuentra una desesperación estereotípica, inconsciente". Si retomamos esta afirmación, lo inquietante, en la crisis, pareciera radicar en la incapacidad estadounidense para innovar social, política y culturalmente, más allá de alternancias cada vez menos significativas, dejándolo todo a la estereotipia, que tampoco hace las veces de ideología, y habiendo depositado parte de su fe en la tecnología. "La nación - escribía Thoreau- vive demasiado rápidamente. Los hombres piensan que es esencial que su nación tenga comercio y exporte hielo y hable por telégrafo y viaje a treinta millas por hora, aunque ellos mismos no lo hagan; pero nadie sabe si debemos vivir como babuinos o como hombres...no montamos el ferrocarril; él se monta sobre nosotros". En otros términos, es probable que en ningún otro país desarrollado sea tan descomunal el desajuste entre las fuerzas productivas (confundidas con los ideales de la ciencia en el utopismo de Francis Bacon), malhadadamente identificadas con la pura y simple tecnología, y unas relaciones sociales en plena regresión, cada vez más a la defensiva, y propensas, como ya hemos sugerido, a las escapatorias fundamentalistas, habida cuenta de su propia ignorancia. En Estados Unidos no sólo ya no se lee, sino que, de nuevo para seguir a Thoreau, "vergüenzas y desilusiones son tomadas como las verdades más sólidas, siendo que lo fabuloso es la realidad". Además, "los hombres cierran los ojos, dormitan y consienten en ser engañados por las apariencias; así establecen y confirman su vida diaria de rutina y costumbre en cualquier parte, la que, además, está edificada sobre bases puramente ilusorias". No, es, desde luego, propiedad exclusiva de Estados Unidos, pero aquí está organizada la existencia para que así sea al máximo. Desde este punto de vista, no sería del todo descabellado pensar que, si no representan forzosamente una amenaza para la cultura universal, los Estados Unidos actuales tampoco están en posición de contribuír como otras naciones a su enriquecimiento, a diferencia de lo que, tan mal que bien, pudiera llegar a despuntar en distintas latitudes del planeta.

No son solo la economía, ya repleta incluso de estadísticas de difícil comprobación a fuerza de haberse perdido todo patrón de medida (desde la supresión del patrón oro, en realidad), la sociedad, hipnotizada por la estereotipia, la endeble cultura y la política asaltada hasta haber desvirtuado la democracia las que están en juego dentro de Estados Unidos, con las consecuencias que ello pudiera tener para el exterior. La representación que muchos estadounidenses tienen de lo que entienden por ecologia también resulta poco adecuada para los retos del mundo actual. "La Tierra -consideraba Thoreau- no es meramente un fragmento de historia muerta, colocada estrato sobre estrato como las hojas de un libro, para que la estudien sobre todo geólogos y anticuarios, sino que es poesía viviente al igual que las hojas de un árbol, que preceden a las flores y a los frutos; no es una Tierra fósil, sino una Tierra viva; toda vida animal y vegetal, comparada con la gran vida central de la Tierra, es meramente parasitaria.". Pero es la vida animal y vegetal la que más celebra la ecología estadounidense, mientras en el exterior el hacha y la dinamita siguen terminando con los bosques, para retomar una imagen cara a Thoreau. Nada indica que no sea ésta la concepción que, sembrando toda clase de miedos, esté promoviendo, hacia adentro y hacia el exterior, la potencia estadounidense. Es el sentido de los saqueos, o del uso de ciertas armas, que han acompañado en los últimos años las aventuras bélicas de Washington, y limitando por lo demás la información veraz sobre las implicaciones del uso de agentes químicos, bacteriológicos y nucleares. Dicho de otro modo, Estados Unidos ha promovido, en los últimos tiempos, una política exterior de pura y simple rapiña, que no deja de recordar, detrás de la fachada de mercado, la de los Estados tributarios medievales, y una concepción ecológica ad hoc, que hace aparecer a quienes pagan los tributos como parásitos y "desechables". Es una de las "ideas" más temibles que despuntan en la homologación de Estados Unidos con el Imperio Romano. En esta misma perspectiva, la sociedad estadounidense pudiera estar siendo llevada a concebirse cual Arca de Noé, e invitando, por lo demás, a otros, sobre todo en los países del antiguo Tercer Mundo, a representársela así, ya que el mismo fundamentalismo que se ha apoderado de la política, para destruirla, invita a una visión apocalìptica que es la más inadecuada para el mundo de hoy, sediento de mayor participación y menos apatía, y que sufre del "sálvese quien pueda" que esa misma visión apocalíptica promueve.

Si, como hemos sugerido ya, se trata de un modo de ver la sociedad estadounidense que no ha perdido actualidad, y que nos incumbe de manera particular a latinoamericanos y caribeños, es porque, también, debiéramos considerar a Thoreau cuando reclama: "¿Acaso no nos podemos arreglar por un corto lapso sin la sociedad de nuestras chismografías, teniendo a nuestros propios pensamientos para que nos alegren? Confucio dice en verdad: 'la virtud no queda como un huérfano abandonado; debe necesariamente tener vecinos'". Luego entonces, a nosotros correspondería, en vez de buscar desaforadamente entrar en las entrañas del monstruo creyendo que se trata del Arca de Noé, precavernos de lo que cualquier eventual descalabro de la sociedad, la política y la cultura estadounidense pudiera traernos, y buscar en Estados Unidos los restos de lo que, durante más de un siglo, fue para muchos un faro guía. Porque, entretanto, quienes han tomado el control de los asuntos estadounidenses, y de sus repercusiones en el mundo, no tienen empacho, como lo muestran sus propios discursos, en depredar la economía, aislar a la cultura, asaltar la política y despojar la ecología para agregar: it's in our name (and so what?). Decía Thoreau: "si un hombre no marcha a igual paso que sus compañeros, puede que eso se deba a que escucha un tambor diferente. Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y remota. No importa que madure con la rapidez del manzano o del roble". ¿Es posible esperar esta madurez de Estados Unidos, que ya no marcha al paso del resto del mundo, sino que busca imponerle su propio paso?

No idealicemos demasiado a Thoreau, como pudo llegar a hacerse durante las protestas contra la guerra de Vietnam, entre finales de los 60 y principios de los 70: como Jefferson, para quien el Estado era poco menos que "un monstruo", Thoreau, al mismo tiempo que podía considerar en 1849 que "la guerra mexicana actual (es) obra de unos individuos poco numerosos que se sirven del gobierno permanente como instrumento, porque es el caso que, inicialmente, el pueblo no habría estado de acuerdo con semejante medida", y que "los gobiernos muestran (...) cuán fácilmente los hombres pueden ser engañados, o inclusive engañarse a sí mismos, para su propia ventaja", consideraba que "el mejor gobierno es el que menos gobierna", e incluso, que "el mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto". Seguramente sea el último riesgo a advertir, desde una América Latina y un Caribe donde se sabe a qué conduce un gobierno que "no gobierna en absoluto": al frecuente desgobierno pero, más grave aún en una situación como la actual, a la frustración de la población que necesita de servicios básicos y de auténticos representantes. ¿Qué tan lejos estaría, luego de que la política" haya sido secuestrada por el grupo actual, Estados Unidos de un latente "desgobierno", y qué tan cerca el resto del mundo de verse afectado, también, por las consecuencias de este feroz antiestatismo, capaz de desmantelar con el Estado el sentido mismo de sociedad? Bien vale la pena, en las ciencias sociales, detenerse a sopesar lo que los últimos años han significado para la política estadounidense, para sus vecinos, y para buena parte del mundo, antes de que nos anuncien, luego del "fin de la historia", y del "fin de las ideologías", el "fin de la política", y que sea sólo a toro pasado que se nos aparezcan las consecuencias.


Cd. Universitaria, México, 9 de septiembre de 2003.


Para el lector interesado, las referencias que hemos tomado de Henry David Thoreau se encuentran en: -Thoreau, Henry David (selección e introducción de Leandro Wolfson). Walden. La vida en los bosques, Errepar, Clásicos de Bolsillo, Buenos Aires, 1999. -Thoreau, Henry David. Pasear. José J. De Olañeta Editor. Barcelona, 1994. -Thoreau, Henry David. "Sobre la desobediencia civil" (extracto), EUA. Documentos de su historia socioeconomica (5). Instituto Mora, México, 1988, pps 554-5567. Bacon. La Nouvelle Atlantide. Flammarion, Paris, 1995. (es imposible reproducir el listado de Magnalia Naturae, Praecipue quoad usus humanos, pero es sorprendente por coincidir con el utopismo chabacano estadounidense).

(*)Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México.



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