Colabora Portada Directorio Buscador Redacción Correo
La insignia
24 de octubre del 2003


Venezuela

La patria es un caballito de falsas entrañas


Nelson González Leal
La Insignia. Venezuela, octubre del 2003.


«Sospechar de lo indefinible es síntoma de un mundo estrecho.
Y dejar hacer, síntoma de un mundo ancho.»
-Joseph Roth, En las ciudades blancas-

Acaba de culminar la VII Eduferia Británica 2003 que organiza en Caracas el British Council con la finalidad de atraer voluntades a las cuales inculcar el modo de vida británico, su cultura e intereses, su visión del mundo, para que puedan luego reproducirlas en los países de donde provengan.

La estrategia es loable, sin duda de mucho provecho y hasta considero que debe agradecerse: ofrecen la oportunidad de realizar estudios de pre y posgrado en el Reino Unido, además de cursos de inglés mediante becas y algunas otras facilidades, para que los jóvenes locales encuentren una alternativa donde ampliar sus fronteras profesionales, según reza el propio folleto informativo del Bristish Council (BC).

El programa de becas Chevening, que administra el BC y financia la Foreign and Commonwealth Office (FCO) del gobierno británico, a través de la embajada británica en Caracas, con absoluta precisión anglosajona establece que se "invita a profesionales y futuros líderes venezolanos, que tengan entre 25 y 35 años de edad, con un nivel avanzado de inglés, vinculados al sector público o privado, de organizaciones no gubernamentales u otros, con una carrera profesional, récord de excelencia y logros, a presentar la planilla de solicitud" y agrega un doble señalamiento de carácter político y moral, para no sembrar dudas respecto a la intención o fundamento de este programa de becas: "Es importante que los candidatos tengan la personalidad y la habilidad de beneficiarse del curso seleccionado, de la cultura y del estilo de vida británico. Los candidatos deben tener el compromiso y la ambición de regresar a Venezuela al finalizar sus estudios para sobresalir en su área y contribuir con el desarrollo del país."

¿No es una belleza plausible esta indicación británica a la aptitud patriótica? Me parece que sí, aunque en el fondo se trate del muy antiguo ardid odiséico de emplear un lindo y bien labrado caballito relleno con falsas entrañas. Por ello podemos ver que no en balde el BC precisa que la invitación es para "futuros líderes", es decir, para gente con propensión al manejo de masas, de grupos y de políticas de gobierno (sean públicas o privadas, de empresas, fundaciones, sociedades, o estados). Líderes que, además, "tengan la personalidad y la habilidad de beneficiarse del curso seleccionado, de la cultura y del estilo de vida británico". Es decir, personalidades que calen en los estándares de ambición que la misma Commowealth británica ha determinado para sus naturales y que se resumen en una formulación sencilla: éxito es igual a acumulación de poder, a conquista, a colonización; hoy en día, económica e ideológica, por supuesto (a menos que se precise lo contrario).


Los británicos quieren gente precisa

A los británicos les interesa la gente que maneje la precisión y exactitud de los conceptos, del tiempo y de las actitudes, que se rija por el imperio de lo establecido en el estatus referencial de la política colonial: nada se hace sin el permiso del reino, todo se evalúa bajo la óptica de la excelencia académica, sujeto a los preceptos del formalismo imperial. Los británicos son políticamente correctos y democráticamente representativos, recios en la exigencia de la norma, puntuales para la hora del te, absolutamente diplomáticos en el discurso público y totalmente patrióticos en las decisiones de gobierno y de estado. Los británicos son sin duda envidiables para quien guste de andar por mundos estrechos; para los que no, para aquellos que sienten la necesidad de moverse entre algunas creativas indefiniciones, para los que gustan del dejar hacer a la imaginación y al ocio, para los que deciden ampliar la banda y andar en anchuras, sin ser esclavos del reloj ni de la corrección social ni del concepto académico, si viven en el Reino Unido y les horroriza la plaga del trópico sólo les queda meterse a hooligans -que es lo mismo que ser un gamberro, un libertino, un disoluto, aunque algunos profesionales británicos, reventados ya por tanto encorsetamiento social, hayan igualado este concepto al de vándalos-, o tomar una escopeta y volarse la sien.

Los británicos quieren gente precisa, no cabe duda. Son un imperio, y el imperio no puede permitirse indefiniciones, so pena de perder la razón. Es por ello que, pese al alto índice de suicidios entre jóvenes y a las terribles manifestaciones de violencia social de los hooligans, los británicos no huyen de su patria en busca de mayor relajamiento. No, ellos se aman profusa y profundamente, admiran su Commowealth, y el relajamiento lo obtienen dándose permisos de cuando en cuando para romper algunas vitrinas y saquear uno que otro expendio de licores, o permitiendo que algunos muchachitos tropicales los entretengan con sus ocurrencias maravillosas y tercermundistas.

Pero, para reordenar el mundo los británicos saben que requieren gente precisa, seria, normal, con aptitud para la excelencia social y política (para lo políticamente correcto), que sean capaces de sobresalir en la aplicación de los conceptos y las reglas. Gente que se parezca a ellos, en suma. He allí las becas Chevening, políticamente correctas.


¿Y de quien es la culpa?

Pero no hay que juzgar mal a los británicos, pues lo único que hacen es tratar de que el mundo sea como mejor le conviene a su naturaleza anglosajona, igual que tantos otros, ¿o acaso existe alguien que no desee ajustar el mundo al concepto de crecimiento y felicidad que su naturaleza y fundamento cultural determina? Bueno, parece que sí: nosotros, los monitos tropicales, a quienes, a juzgar por la evidencia, parece no importarnos que el mundo sea como sea, o como mejor le conviene a otros.

Durante mi segundo día de asistencia a la VII Eduferia Británica 2003, la curiosidad periodística que me impulsó hacia esta me animó a introducirme en la charla Oportunidades de estudio en el Reino Unido. Más de cincuenta jóvenes venezolanos de ambos sexos llenaron el pequeño salón, todos profesionales universitarios (sólo dos levantaron la mano cuando la orientadora de la charla preguntó quienes estaban interesados en estudios de pregrado) y todos con un gran interés por ampliar su frontera profesional, pero sólo la suya, la suyita propia, porque cuando la orientadora advirtió lo del compromiso y la ambición de regresar a Venezuela para sobresalir en su área y contribuir con el desarrollo del país, el rumor de desaprobación y descontento que inundó el espacio resultó abrumador.

Sin importar que la vida cotidiana en el imperio británico no conozca de almuerzos, ni que la sociocomercial baje sus santamarías a las cinco de la tarde, para dar paso a esa explosiva mezcla nocturna entre el gamberro y el vándalo, sin hacerse mucho coco por el azote invernal, ni el alza de los costos en los estudios de verano, sin temor alguno -o tal vez conciencia- de la posible condición de ciudadano de segunda en un país que se sabe de primera, sin que aún haga mucho ruido en sus oídos el calificativo de sudaca, a los casi más de cincuenta jóvenes profesionales venezolanos concentrados en aquel salón del Hotel Marriot -lugar donde se celebró la VII Eduferia- lo único que les causó decepción de la charla fue enterarse de que una vez culminada su pasantía británica, tenían la obligación de retornar a Venezuela: un país que conoce de almuerzos con caraotas y carne mechada, que baja las santamarías comerciales a las siete de la noche -las sociales no las baja nunca-, para dar paso a esa explosiva mezcla de disolutos y malandros que se agolpan en lugares como El maní es así de la populosa avenida Francisco Solano, para bailar salsa y guaguancó hasta la muerte de los sentidos, o en los diversos pupclubes de la exclusivísima avenida Las Mercedes para caerse a birras, escuchar rock y presumir de sus vehículos últimos modelos, y que luego, en un segundo aliento caribeño y tropicalísimo, enfilan hacia las playas del litoral para sacarse el alcohol y las ganas en las templadas aguas del mar caribe.

¿De quien es la culpa de esta decepción manifestada por estos jóvenes profesionales venezolanos? Puedo comprender que les moleste la crisis sociopolítica, las dificultades económicas, el atraso cultural y las escasas oportunidades de desarrollo que les ofrece Venezuela, pero que estén ansiosos de cambiar esto por la crisis sociopolítica, las dificultades económicas, el atraso cultural y las escasas oportunidades de desarrollo que enfrenta el Reino Unido, sin siquiera tener la opción de intervenir para aportar soluciones, es algo que no puedo explicar. Bueno, si puedo, y en verdad con un lugar tan común, pero tan común, que ya se hace inexplicable: es un problema de educación nacional, responsabilidad de esa educación nuestra que nunca ha puesto atención en el desarrollo de la vocación patriótica. ¿Y a quién le compete esto? ¿No es al Estado venezolano y a sus administradores? Porque no se trata de condenar al Bristish Council por querer orientar la vocación ideológica de nuestros ciudadanos en función de un interés colonial, sino de ofrecer a nuestros ambiciosos jóvenes profesionales un futuro viable para el retorno y permitirles así la ampliación cierta de su horizonte profesional, contribuyendo con ello a que puedan desear el retorno a la patria con síntomas de mundo ancho y ánimos de desarrollo colectivo. Es la única manera de evitar un riesgo cierto: aquel del que regresa no porque lo anhela, sino porque ha sido transformado en un lindo caballito de falsas entrañas.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto