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20 de octubre del 2003 |
De ultratumba con humor
Marcos Winocur
Jorge Ibargüengoitia, el irónico, divertido y profundo narrador de la cotidianeidad del mexicano, desaparecido en un accidente de aviación hace unos años, es de aquellos autores que con frecuencia describen a sus personajes dejándolos hablar:
-¡La más barata, la más barata! Es su madre desde ultratumba, acaba de morir y Jorge escucha su voz en momentos de elegir la caja en la agencia funeraria. ¿Le pide que sea un hombre de bien, que nunca la olvide, le recuerda que por él sacrificó su vida? Nada de eso, sus preocupaciones son otras; una señora con buen sentido práctico de las cosas, así era su madre. Una mujer vital que, ya enferma, haciendo caso omiso de la dieta recetada por el médico, comía "un ejército de quesadillas de huitlacoche, tlacoyos, gordas de maíz quebrado, tamales de chile verde y rojo", y que dispuso terminar los días en su cama, "no vayas a discurrir cambiármela por una de hospital"; en fin, "murió como vivió, dando órdenes". Incluso desde ultratumba: -¡La más barata, la más barata! Y ya en el cementerio, cuenta siempre Jorge, los empleados que la cargaron y la bajaron a la tumba, le hubieran causado muy buena impresión, al punto de comentar: -Muy limpios, muy bien rasurados, dos de ellos bastante guapos. ¡Pobres muchachos, que oficio tan horrible el de andar cargando muertos! Y ya su madre cumplidos los ochenta y cuatro, tras sufrir una penosa enfermedad, el hijo hace esta confesión: -Cuando llegó la muerte, fue un epílogo necesario que ella y quienes la rodeábamos estábamos esperando con ansias. No creo haber conocido a Jorge. Pero me place imaginármelo en la última secuencia de su vida, en París, donde residía. Allí recibió la fatal invitación a un encuentro de intelectuales en Colombia y, se me ocurre, dudaba si ir o no, le fastidiaba interrumpir sus trabajos. Finalmente, hizo las maletas. Ocurrió entonces el accidente de aviación y Jorge murió, desparramado entre los originales que había llevado consigo para revisar durante el vuelo. Como él a su madre, me parece escucharlo desde ultratumba: -Me equivoqué, gacho. |
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