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La insignia
19 de mayo del 2003


Último acto


Pablo de la Torriente Brau (*)


En el ángulo del patio, allí donde se alzaba la palma real, el hombre esperaba. La noche profunda y silenciosa lo envolvía todo. Sólo el mugido del ingenio disfrazaba a lo lejos de un ruido monótono el silencio. Su traje de overall, azul obscuro, lo convertía en sombra. Sus antebrazos poderosos, velludos, manchados por la grasa, apenas si se distinguían. Estaba inmóvil. Esperaba.

Aquél era su patio y aquélla era su casa, pero en la medianoche llena de frío él esperaba. Dentro del amplio bolsillo, junto con un puñado de estopa, su mano ruda de hombre de las máquinas estrujaba el papel, hallado casualmente sobre una mesa de la oficina, hacía apenas una hora, cuando fue a hacer una consulta al Ingeniero Jefe. Había visto un sobre dirigido a su mujer, abandonado sobre la mesa, lo había cogido y ahora estaba detrás de la palma, a la hora de la cita trágica. El papel decía: "Esta noche está de guardia en la casa de máquinas tu marido y a las doce iré de todas maneras..." "De todas maneras" estaba subrayado. Era el Administrador del Ingenio quien lo firmaba. Él sólo había tenido tiempo para correr del batey a su casa y apostarse en el fondo del patio. Todavía su cerebro estaba turbio de sorpresa, de cólera y de humillación. Detrás de la palma él sólo era un hombre, es decir, una fiera.

Y poco antes de las doce apareció otro. Empinándose por sobre la cerca su cabeza oteó medrosamente el patio y la noche. Luego, con cuidados infinitos, salió. Venía con camisa de kaki. Pegado a la cerca se estuvo un rato escuchando los rumores de la noche, el estruendo de su corazón precipitado... (Desde detrás de la palma los dos ojos de acero que lo espiaban llegaron a esta conclusión descriptiva: "¡Si es un cobarde!...") Fue avanzando con cuidado y llegó hasta la misma palma... Es extraño, pero no percibió el silencio tumultuoso del enemigo...

Fue todo rápido, eléctrico. La mano de acero del hombre de las máquinas apresó su garganta y ahogó el espanto terrible. Y el bárbaro golpe lo dejó en el acto sin sentido. El hombre de las máquinas, rudo y violento, no tuvo la paciencia que se había propuesto y ahora estaba de pie, a su lado, contemplando su puño lleno de sangre y con el cerebro vacío de impresiones. Así estuvo un rato quieto, inmóvil, como la sombra de un tronco, cuando pensó: "Si no he podido hablar con él, hablaré con ella." Y le pegó una patada brutal al caído dirigiéndose a la casa... Iba con la silenciosa e invisible velocidad de un gato negro.

Cerca ya de la puerta del fondo, se detuvo. Un raro miedo lo había paralizado. Por un momento le asaltó la extraña emoción perturbadora de que él era en realidad el amante, que era a él a quien ella esperaba. Y el corazón se le agitó con perversa esperanza y tuvo el miedo del burlador.

Pero llegó a la puerta. Se puso a escuchar y no se oía nada. Sin embargo, sintió qué cerca estaba de ella. Hizo una suave presión sobre la puerta y a su débil quejido, dentro de la casa, respondió con su característico balanceo... Pensó sordamente: "¡Lo esperaba!" Y la rabia le hizo proyectar con furia el amplio hombro hasta hacer saltar el pestillo de la puerta...

Pero antes de llegar a dos pasos, sintió el balazo en el cuerpo y la voz de ella que decía: "Canalla, te lo dije..."

A su "¡Ah!" de dolor y de sorpresa, ella llenó un espacio de silencio y de asombro. Luego, cuando encendió corriendo la luz, él vio su cara cuajada de una pena inaudita... Arrodillada estaba a su lado y decía "¿Por qué, por qué?"... sin comprender nada todavía... Pero ya su rostro, con el balazo en el cuerpo, comenzaba a ser alegre, alegre, como la cara de un niño que mejora.

Más que el disparo, la angustia de la voz le había disipado todas las sospechas. Avergonzado y feliz le extendió el papel y se quedó mudo. Y ella lo vio y le gritó, con la duda más llena de dolor aún "¿Pero lo leíste todo? ¿Viste lo que le contesté?" Y, desdoblando el papel le dijo: "Mira, mira..."

El papel decía con su letra: "Canalla, no insista, si se atreve a venir lo mato."

Y la cara del hombre se iba poniendo cada vez más pálida, pero cada vez era más clara su sonrisa bajo el llanto inconsolable de la mujer arrodillada...


(*) Escritor cubano nacido en Puerto Rico en 1901 y muerto en Majadahonda (España) en 1936, durante la Guerra Civil española.



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