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12 de mayo del 2003 |
Nadie camina solo
Julio Scherer García (*)
No tengo recurso para responder a la generosidad del jurado aquí presente. Tampoco palabras para expresar la gratitud colectiva, la de mis compañeros y la mía, por la presencia de todos ustedes. Ocurre lo de siempre: para las ideas existen adverbios y adjetivos precisos, no para las emociones. Su universo es mágico. Sobre el premio a la trayectoria, debo decir: nadie camina solo. Un destino que no fuera común carecería de sentido.
Preparé unas cuartillas. Confío en que habré de leerlas con naturalidad: Padecemos tiempos de zozobra. La brutalidad quedó suelta y el horror la acompaña. Los gobiernos de Estados Unidos y Cuba entregan cuentas lamentables. Entre Washington y La Habana, nuestra diplomacia no atina con una política certera. La parálisis que la aqueja me lleva de manera natural a la estampa de los boxeadores que bajan la guardia y dejan descubierto el mentón. No existe proporción entre la furia genocida en Irak y el paredón siniestro en Cuba. Tampoco entre la muerte de miles que se mira con el frío de la distancia y el duelo personal e intransferible de los familiares y amigos entrañables. En Irak fueron asesinados niñas y niños tocados con la gracia de vivir. En la isla se entretejen viejas historias y agravios de años. No hay excusa para la muerte decretada desde arriba, el crimen del poder, pero sí grados de responsabilidad histórica, política y humana. Bush y Castro viven la razón de Estado como eje y razón de su política. La ética, la moral pública de la que todos participamos, para ambos quedó perdida en algún sarcófago. Pero sus diferencias los llevan a polos opuestos. Bush se ha preparado para agredir a quien se le ponga enfrente y Castro, dictador implacable, noche a noche se prepara contra el bloqueo y sus consecuencias mayores. Bush legitima la violación territorial y Castro jura que sus ojos caribeños no verán jamás la belleza infinita de Cuba en las manos aborrecidas del imperio. Castro, indómito, vive en el riesgo extremo y Bush diseña su estrategia entre misiles invencibles. Castro mantiene enhiesta la bandera de la dignidad soberana, pero a fuerza de vendavales, como el paredón abominable, la estrella solitaria podría desprenderse del mástil. Aun si esto ocurriera y a sabiendas de que el comandante arroja piedras contra la gloria, no podría desconocer que me hizo soñar y que los sueños, como los amores tienen vida eterna. A nadie daña la utopía de una América Latina soberana y dueña de sus tesoros. Frente a los amagos que se barruntan -el Departamento de Estado condena una vez más a Castro, aberrante lo llama ahora- pienso que a Fidel le asiste la última razón, definitiva: si en Cuba quedara un último cubano vivo, de él sería la isla. En México, el presidente Vicente Fox y el canciller Ernesto Derbez fueron explícitos a favor de la paz e implícitos en la condena de la guerra. La guerra y la paz son palabras rotundas y su binomio es indestructible en la unidad de los contrarios. No es válido mencionar una palabra y omitir la otra. Allá en Nueva York, durante los días de discusión entre los vencedores obvios y sus adversarios, todos sabíamos lo que iba a ocurrir. En el primer segundo, la sola bandera blanca de la paz quedó salpicada de sangre. Nada se agradece como la claridad, sin la cual no hay argumento que se sostenga y nada fortalece tanto como una posición que se asume y defiende con ánimo decidido. No es nuestro caso. La diplomacia mexicana persiste en la ambigüedad. Hoy pagamos las consecuencias del empeño por ocupar una silla en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Los resultados están a la vista: el gobierno queda mal con uno y con otros, y lo ha hecho reiteradamente en nuestro nombre. El mundo se ha endurecido y pienso que el periodismo habrá de endurecerse para mantenerse fiel a la realidad, su espejo insobornable. Si los ríos se enrojecen y se extienden los valles poblados de cadáveres víctimas del hambre y la enfermedad, así habrá que contarlo con la imagen y la palabra. Muchos no lo consideran así. En estos días he escuchado censuras por la manera como "Proceso" hizo sentir el escalofrío que nos llegó desde Irak. Cito un ejemplo: Mis compañeros fijaron en la portada de la revista un cuadro bello y terrible. Se trata de una niña que parece soñar, apacible el rostro, pero su cuerpo está incompleto. Sin los pies, las piernas inútiles llevan metafóricamente a la pesadilla. Personas cercanas, algunas muy queridas, me dijeron que nos entregábamos al morbo, a la seducción del horror, a la enfermedad amarilla. El mundo es más que "eso", reclamó una de ellas. Por supuesto que el mundo es más que "eso", repuse. Es el amor con mayúsculas, la sensualidad también con mayúsculas, la creación incesante, el bienestar ganado a pulso, la dicha que anda por ahí y habrá que atraparla, la muerte benévola. Pero subrayé que en el momento de la masacre en Irak, el mundo era sólo "eso", la niña cercenada. Traje a cuento la inocencia de un pequeño judío polaco que levanta los brazos frente a los SS de Hitler; recordé a la vietnamita que huye del napalm, desnudo su cuerpo infantil y desnudo su pavor. Argumenté que fotografías cómo éstas caracterizan una época y que a la criatura de nuestra portada le estaba reservado igual destino. Este tiempo, el del presidente Fox, dio el tiro de gracia al "Día de la Libertad de Prensa". Se trataba, bien lo sabemos, de un autohomenaje cínico del poder. Los periodistas se reunían con el primer magistrado y lo invitaban a un festejo por las libertades de que disfrutaba el país, la primera, la expresión sin cerrojo. El presidente priista aceptaba, gustos. En los discursos, los periodistas hablaban de la luz refulgente de la prensa libre y el mandatario respondía con su reconocimiento a los comensales, hombres y mujeres de bien, hombres y mujeres de México. Como a muchos, no me cabe el regocijo por el fin del espectáculo deprimente. Sin embargo, me parece que nada compensa el desdén del actual presidente de la República por la cultura y la palabra escrita. Su diálogo con una mujer campesina, analfabeta, a la que felicita por su ignorancia, que la aparta de los sinsabores que traen consigo los periódicos, debería quedar inscrito en alguna plaza pública para vergüenza de todos. Me parece que el presidente se excede en su confianza por el embrujo de la televisión. Me duele decirlo: un gobierno que se valora por su imagen, es un gobierno frívolo. Pesadas tareas nos esperan a los periodistas. Ésta es nuestra pasión. (*) Discurso pronunciado Julio Scherer García al recibir el premio a la trayectoria periodística que le otorgó el Consejo Ciudadano del Premio Nacional de Periodismo, el 7 de mayo de 2003. Scherer García fue director del periódico Excélsior y de la revista Proceso. Actualmente es presidente del Consejo de Administración de Comunicación e Información, S. A. |
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