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17 de febrero del 2003 |
Joaquín Arriola
Desde hace varios meses, la economía de la UE se resiente por el estancamiento de la economía alemana. En general, los análisis del problema se limitan a señalar el tamaño de la economía alemana (muy grande) y de ese hecho derivan el impacto en el resto de países comunitarios.
Pero un análisis más riguroso debería explicar por qué está estancada desde el 2001 la economía alemana. Un primer análisis nos lo ofrecen los componentes del PIB. Fijémonos en la evolución de los datos que se refleja en el cuadro adjunto.
Entre 1998 y 2000, cuando la economía alemana todavía crecía a tasas reducidas pero aceptables, se estaba produciendo un rápido cambio tecnológico, al tiempo que la producción se vendía en una proporción creciente en el extranjero. En el interior del país, el consumo obrero estaba estancado varios años antes de que se desencadenase la alarma, y lo mismo ocurre con el gasto público, para hacer frente a los requerimientos de la convergencia monetaria. En consecuencia, también la construcción muestra un estancamiento varios años antes de que se parase la economía. Por lo tanto, es fácil explicar lo que ocurrió a partir del 2001. Las empresas se encontraron con una nueva capacidad instalada, que les había permitido reducir la mano de obra demandada y aumentar la productividad. Pero la caída de los mercados exteriores como consecuencia de la recesión mundial les encontró sin mercados de recambio: a los obreros no les podían vender más, porque la masa salarial no aumentaba desde varios años atrás. En consecuencia, dejaron rápidamente de invertir, e incluso algunas cesaron su actividad (desinversión que se observa a partir del 2001). Esta situación explica las tensiones entre el gobierno alemán y el Banco Central Europeo y en general, los alumnos con "buen comportamiento" de Eurolandia: Alemania sabe que el parón de las exportaciones debe necesariamente sustituirse por otro factor de demanda para relanzar la inversión y por tanto el crecimiento. Y sólo hay dos grandes fuentes de demanda interna: el gasto público y el consumo obrero. Ante esta elección posible, el gobierno alemán apunta al incremento del gasto público, incluso a riesgo de incurrir en un déficit superior al permitido por el pacto de la convergencia monetaria. Como vemos, casi siempre la variable clave de la coyuntura económica es comportamiento de los salarios, en su doble vertiente de coste de producción (en relación con la productividad) y de factor principal de la demanda interna (los salarios son el principal componente del gasto). Lo que habría que explicar ahora es por qué los gobiernos se niegan a apoyar un aumento de los salarios. Recordemos que los sindicatos alemanes están reclamando aumentos muy superiores al aumento del valor añadido (que es otra forma de llamar al PIB); es decir, están exigiendo una participación mayor en el excedente social. Pero hay razones políticas y coyunturales que dificultan el logro de sus objetivos: la ideología neoliberal del pensamiento único que aun domina en las fuerzas políticas y en los medios de comunicación, la coyuntura histórica desventajosa que vive el movimiento sindical en la última década a consecuencia del desempleo masivo y la precariedad, la negativa de los empresarios a ver reducida su tasa de ganancia, y la competencia internacional, se cuentan entre estos factores. En todo caso, no parece que el gasto público esté inspirando mucha confianza a los capitalistas, entre otras cosas porque no existe un plan de inversiones productivas a largo plazo (construcción incluida) que sustituya el ciclo de reestructuración de la economía del este de Alemania, que ya se agotó. ¿Qué ocurre mientras tanto en España? Podemos ver en el cuadro los datos equivalentes para la economía española. El consumo de los trabajadores, el gasto público corriente y la construcción tiran de la economía, permitiendo tasas de crecimiento más elevadas que en Alemania y una mayor confianza de los capitalistas (inversión productiva)… hasta que nos llegó el ciclo de la economía mundial. El casi nulo aumento de las exportaciones y la caída del consumo obrero se dejan sentir. Y si aún crece algo la economía, es porque se mantiene algo el gasto público y la construcción. Las presiones inflacionistas en España, muy superiores a la media comunitaria, nos anuncian que la temperatura se está elevando a gran velocidad. Y es que el aparente mejor comportamiento de la economía española esconde una fragilidad estructural de gran envergadura.
Los datos del cuadro nos permiten adivinar lo que va a ocurrir en el 2003: la construcción se va a pegar un batacazo de agárrate y no te menees, con las consecuencias de aumento inmediato del desempleo; al ser un sector en el cual predomina el empleo precario, los cambios de coyuntura se traducen en inmediatas modificaciones del volumen de empleo. El consumo público aún puede maquillar los resultados durante unos meses (gasto en Galicia mediante), pero en poco tiempo tendrán que venir las restricciones, o en caso contrario se acabó lo de estar entre los primeros de la clase en hacer los deberes del ajuste para la convergencia monetaria. Aquí es interesante recordar cual es la respuesta del gobierno: a imitación del amigo americano, bajar los impuestos (directos) para alimentar el consumo privado. En Estados Unidos esto puede funcionar, porque el principal problema del consumo de los trabajadores es el elevado endeudamiento de las familias. Y aquí se espera que funcione, porque el principal problema de consumo de los trabajadores españoles es que el salario no permite llegar a fin de mes con holgura. Pero hay una diferencia muy importante: el gasto público en España sigue el modelo europeo, es decir, que representa una parte sustancial de las transferencias de renta entre grupos sociales y una parte más importe que al otro lado del Atlántico del consumo doméstico. Y reducir los impuestos, significa reducir los gastos. Y esto no es una buena señal para los capitalistas que tienen que invertir en nuestro país, pues del gasto público pende hoy la tasa de crecimiento de la economía (PIB). Y tampoco lo es, por supuesto, para los trabajadores. En todo caso, el 2003 será un mal año para la economía mundial, y también para la española. (*) De próxima publicación en Noticias Obreras (España). |
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