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La insignia
28 de febrero del 2002


Entrevista con Francisco Fernández Buey

«Por primera vez en muchos años,
hay alternativas a la globalización neoliberal»


Sergio Medina
La Insignia. España, febrero del 2003.

-Como filósofo, ¿cómo se define?

-Me considero marxista desde que tenía veinte años. Me he formado en la tradición comunista marxista y trato de pensar en ese ámbito sobre los principales problemas del mundo actual. Aprecio poco la filosofía académica o licenciada y mucho el filosofar. Filosofar, para mi, es reflexionar con consciencia y espíritu crítico sobre asuntos prácticos, públicos, sentidos por la colectividad. Entiendo el filosofar como una reflexión de segundo grado que se apoya en saberes adquiridos (principalmente saberes científicos) o en prácticas de las que uno tiene experiencia y de las que puede ocuparse con conocimiento de causa. Opino que la filosofía de nuestra época tiene que ser filosofía de la práctica. Nada humano me es ajeno. Pero como ignoro muchísimas cosas sobre la humanidad, prefiero ocuparme de las que me tocan más y creo conocer mejor: sus desgracias, sus desventuras.

-¿Cuál diría que es la línea base de su pensamiento?

-Soy materialista, ateo, me apasiona la dialéctica histórica y defiendo con convicción el papel positivo de las utopías. En el análisis de los problemas que me tocan y sobre los que creo que puedo decir algo, me guío por tres principios que considero ya sentido común ilustrado de lo mejor de la humanidad. El primer principio dice que no es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino su ser social el que determina la conciencia. El segundo principio dice que somos los seres humanos quienes hemos creado a los dioses y no al revés. El tercer principio dice que los hombres, en sociedad, sólo se plantean en serio aquellos problemas para los que existen ya algunas condiciones materiales de resolución. Como este último es un principio sobre cuya aplicación caben dudas apuesto por la utopía como horizonte, como ideal regulador de nuestros comportamientos posibles.

-¿Qué le lleva a centrarse en desarrollar filosofía política y moral y no en sistemas metafísicos por ejemplo?

-Una filosofía de la práctica arranca de los problemas públicos controvertidos, éticopolíticos, y trata de analizarlos y argumentar con razones sobre la mejor solución para las personas implicadas. Busca las razones desde dentro. Es en esto inmanentista. Y metodológicamente se inspira en el proceder del científico. Es más: acude a los saberes científicos para ilustrarse cuando hay dudas morales de fondo en la controversia (es el caso del aborto, de la eutanasia, de la clonación, etc.). Lo hace a sabiendas de que las ciencias ayudan a plantear bien el problema aunque no deciden sobre su resolución. Los sistemas metafísicos construyen especulativamente mundos teóricos omniabarcadores y luego deducen de ahí lo que hay que hacer, aunque este hacer entre en conflicto con los límites medioambientales o con los límites de la condición humana. La filosofía de la práctica entiende que los saberes científicos sólo nos dicen lo que no nos conviene hacer (porque ese hacer, por ejemplo, va contra los límites de la naturaleza). Es más modesta.

-¿Cree que la ética y la filosofía política se interrelacionan actualmente en la practica o ello es pura coincidencia?

-Entiendo la política como una prolongación de la ética. Y, en ese sentido, como ética de lo colectivo. El ser humano es un animal que tiene logos (verbo, palabra) y vive en sociedad. Lo que hace individualmente, cómo actúa, repercute siempre en los otros, en sus conciudadanos. Es, por tanto, un animal cívico que se retrata o deja de retratarse en la relación con otros, en la esfera pública (amplia o restringida). La filosofía política ha sido siempre reflexión sobre las relaciones entre ética y política. En el mundo moderno, que es un mundo socialmente dividido, la filosofía política ha tenido que fundamentar la autonomía de lo político para salir al paso de la hipocresía suprema de una ética (de base religiosa) en la que se ciscaban los mismos que la predicaban y, de paso, mataban a los otros. En nuestro tiempo, que es ya posmoderno, ocurre lo contrario: se ciscan en la política, entendida como participación de los ciudadanos en la cosa pública, la mayoría de los que se dedican profesionalmente a ella.

- ¿Son malos tiempos para la filosofía?

-No creo que haya habido nunca buenos tiempos para la filosofía. Desde Dante sabemos: "Pobre y desnuda va Filosofía". Cuando la filosofía ha adoptado los ringorrangos de la Academia o se ha disfrazado con los vestiditos de la moda se ha puesto a un paso de la muerte, como la moda misma. O sea, que en principio no veo razones para ponerse melancólico. Filosofar en serio ha sido siempre sufrir, ir pobre y desnudo por el mundo y contra la corriente. Son, en cambio, malos tiempos para la filosofía licenciada. Quiero decir: en comparación con otras licenciaturas. La ley de la oferta y la demanda es en esto terrible. Y los responsables del sistema educativo se rigen casi exclusivamente por ella. Con decir que para ser licenciado en filosofía basta con 5 de nota media en el bachillerato y para ser periodista se necesita un 7 o un 7,5 está dicho todo.

- ¿Es mejorable el sistema democrático actual?

-Manifiestamente mejorable, como se decía años atrás de las fincas de los oligarcas. Para empezar, casi todos los teóricos de la democracia admiten que, hablando con propiedad, el sistema existente no es democrático, o sea, en él no gobierna el pueblo. Dicen que lo hace, que gobierna, por derivación. Y a eso es a lo que llamamos democracia representativa. Pero la representación actual, en todos los países en que hay democracia representativa, es muy deficiente. Lo es por razones materiales: los de arriba están sobrerrepresentados y los de abajo infrarrepresentados. Y lo es también por razones técnicas o formales: la tecnificación y profesionalización de la representación política deja fuera, o al margen de las decisiones importantes, a la gran mayoría de las poblaciones. Por eso se habla tanto, y con razón, de prolongar la democracia representativa en una democracia participativa.

- ¿Cómo valora la izquierda actual?

-Si por izquierda se entiende los partidos políticos parlamentarios que se dan ese nombre o al que se les atribuye, mi valoración es negativa. Hay diferencias, desde luego. Y yo estoy en Izquierda Unida porque esas diferencias aún existen, por comparación, no por convicción. Veo con preocupación que esa opción va perdiendo realidad social y que las otras izquierdas parlamentarias autoproclamadas van aceptando uno tras otro la mayoría de los conceptos tradicionales de la derecha social. Estoy seguro de que hay excepciones muy respetables en las bases de estos partidos políticos y entre sus votantes, personas que protestan por la asimilación progresiva de las ideologías neoliberales. Pero esto, teniendo en cuenta el martilleo mediático constante y el poder de los aparatos, es poca cosa. Cambiaré de opinión el día que vea a una obrera (o a un obrero de fábrica no "liberado") en alguno de los Parlamentos. De momento me parece preferible hablar de "arriba" y "abajo" que de "derecha" e "izquierda".

- ¿Y el activismo de las nuevas generaciones?

-Entre los jóvenes hay un desprecio, comprensible por lo que he dicho, pero a veces desproporcionado, hacia lo que llaman "política". Hablando con ellos uno tiene la impresión de que entienden por "política" exclusivamente la política institucional, la política de los partidos, la alta política. En cambio, no consideran "política" su propia actividad, su compromiso cívico o su participación en movimientos y organizaciones críticos y alternativos. Esto se refleja en las contestaciones a las encuestas, que son muy significativas. El lado bueno de este punto de vista, muy extendido entre los jóvenes rebeldes, es su crítica a lo que habría que llamar, hablando con propiedad, "politiquería" y la inspiración libertaria de dicha crítica, que hace pasar a primer plano lo que es sustancial, los problemas globales y locales, socioeconómicos, medioambientales, de sexo, etc. Su lado malo es que al aceptar de momento la noción restringida (y pervertida) de la política como politiquería se corre el riesgo de caer en el cinismo en cuanto se toca algo que se parece al poder, incluso al podercito. De ahí las transformaciones clamorosas a la politiquería de no pocos activistas en cuanto les ofrecen ir en una lista electoral.

- ¿Cómo valora los medios de comunicación en este país?

-Ah, pero ¿hay medios de comunicación este país? Agradezco la buena noticia porque me había hecho a la idea de que sólo quedaban medios de intoxicación, manipulación y alineación de las conciencias, aparte de algunas revistas electrónicas y de otras pocas en papel a las que se las trata como si fueran la bicha. En la sociedad del espectáculo en que vivimos los medios lo son, mayormente, de incomunicación. Lo que un día fue "cuarto poder" es, por lo general, parte o correa de transmisión del poder en sí, del poder desnudo. Puedes saber a qué fracción del poder pertenece el medio en el mismo momento en que el locutor abre la boca, por los titulares de los periódicos o por el formato del telediario. Los medios se comunican entre ellos mismos, generan lo noticiable, determinan las agendas políticas y dan la palabra, en las horas de mayor audiencia, a los mismos en los que estaban pensando al generar la noticia. La gente de abajo, los "presuntos implicados", a los que se supone que habría que comunicar algo, sólo aparecen para balbucear unas pocas palabras que ratifiquen lo que previamente se ha decidido que es importante. La mayoría de las personas sensatas que conozco comparten una frase: "Veo, oigo y leo el medio en que menos insultado me siento".

- ¿Qué opinión le merecen qué actualmente aparezcan filósofos en televisión opinando en tertulias del tipo Gran hermano?

-Perdone mi ignorancia pero no veo nunca tertulias de ese tipo. He oído hablar de una familia de filósofos que se dedica a exhibirse en algún programa de televisión dando "fundamento" metafísico a las supuestas bondades del opio del pueblo postmoderno, supongo que a cambio de favores monetarios que luego sirven para fundamentar, también metafísicamente, el nuevo materialismo contra el viejo opio del pueblo. Mi maestro, Manuel Sacristán, que era un filósofo de verdad aunque no solía proclamarlo, decía hace ya años que los metafísicos son muy prácticos para con sus cosas. He tenido ocasión de comprobar que es así en más de un caso. Pero, en fin, no sé qué credibilidad tiene ahora el materialismo metafísico aplicado al famoseo.

- ¿A qué achaca la falta de espíritu crítico en la sociedad?

-Aunque hay en la sociedad menos espíritu crítico del que yo querría, tampoco me gustaría exagerar a este respecto. Durante los últimos meses hemos asistido en este país a varias de las manifestaciones más numerosas de su historia. Manifestaciones contra la guerra, contra la globalización neoliberal, contra el terrorismo, contra la política educativa, contra la mala gestión en el caso de una catástrofe ecológica sin precedentes, contra el Plan Hidrológico Nacional. Y en algunos lugares cuyo nombre casi no puede pronunciar, también contra la ilegalización de partidos políticos o contra el cierre del único periódico que se publicaba íntegramente en euskera. Todas estas manifestaciones son críticas. Críticas de un mundo de desigualdades, del autoritarismo, del ordeno y mando y de la ineptitud de los que gobiernan. Para ir a esas manifestaciones y proclamar en ellas lo que se piensa se necesita espíritu crítico. Es posible incluso que estemos asistiendo a un cambio de fase. Y no sería la primera vez que los dirigentes políticos fueran los últimos en enterarse.

- ¿Cómo valora fenómenos como el foro social de Porto Alegre y la condena mediática que a veces se hace de ellos?

-Lo de Porto Alegre me parece el fenómeno sociopolítico más importante de los últimos años. Ahí han nacido tres cosas que sin dudan están llamadas a tener gran repercusión en el próximo futuro. La primera es un movimiento sociopolítico de carácter global, un movimiento de movimientos en el que por primera vez desde que vivimos en mundo bipolar se encuentran gentes de los cinco continentes con espíritu crítico y conciencia de cuáles son los principales problemas de la humanidad. La segunda es que, también por primera vez en muchos años, se percibe que otro mundo es posible, o sea, que hay alternativas positivas y viables a la globalización neoliberal. Y la tercera es la recuperación de un concepto sano de democracia, de un concepto no meramente especulativo, sino inspirado en experiencias concretas en las que está participando ya mucha gente, en la misma ciudad de Porto Alegre y en otras ciudades brasileñas.

- ¿Está de acuerdo con Francis Fukuyama en que los derechos humanos universales son un mero producto de la cultura europea inaplicable para quien no comparte esta tradición particular?

-No suelo estar de acuerdo con Francis Fukuyama en nada. Y en esto tampoco, al menos en la forma en que queda expresado aquí. Lo que llamamos derechos humanos son, obviamente, un producto de la cultura europea. Eso lo sabe todo el mundo. Lo que no se suele decir es que son derechos conquistados, no otorgados, derechos por lo que ha habido que luchar en Europa durante siglos. Y lo que es más importante: derechos cuyo mantenimiento y ampliación depende de la continuidad de esa lucha. Esto lo sabían ya las primeras mujeres feministas, los negros y los jóvenes que combatieron para que tales derechos no lo fueran sólo de varones, blancos y adultos. La universalización de los derechos humanos, por tanto, estará en función de la generalización de las luchas por la emancipación a los cinco continentes. No veo que exista gen ni identidad cultural específica que se oponga a esto en África o en Asia. Lo que sí veo es que ha habido y sigue habiendo (en Europa y en EE.UU) un uso instrumental del concepto "derechos humanos" para justificar el colonialismo y el imperialismo, destruir lenguas y culturas y favorecer la homogenización cultural imperial. Esto último es lo que hay que criticar.

- ¿Otro mundo es posible?

-Sí, es posible. Y es necesario. Es necesario porque el mundo en que vivimos sigue siendo un escándalo, una plétora miserable en la que las desigualdades conducen anualmente a la muerte a millones de personas mientras la minoría tiene mucho más de lo que necesita. El actual modo de producir y de consumir es enemigo de los pobres, de la naturaleza y de la razón. Por eso hay que cambiarlo: hacerlo más justo, más igualitario y más habitable. Cuando se dice que eso es posible no se está implicando ninguna truculencia ni invocando algún nuevo diluvio universal. Simplemente se está dando una forma concreta y adecuada a lo que en otros tiempos, desde el Renacimiento hasta el siglo XX, se expresó en Europa en la forma (literaria o metafórica) de las utopías. Ahora un mundo más justo, más igualitario y más habitable no es sólo un deseo de pobres desventurados. Es un horizonte que tiene a su favor lo mejor de la prospección científica (económica, ecológica, sociológica, antropológica). Que lo que es posible llegue a ser realidad dependerá, como siempre, de la capacidad de presión de los de abajo y de la capacidad de resistencia de los de arriba. En un mundo tan armado como el nuestro, y teniendo en cuenta de quién son las armas, la diferencia entre el peso de lo primero y el peso de lo segundo es demasiado grande. Por tanto, una de las primeras cosas que habría que conseguir, cuando el conflicto entre Davos y Puerto Alegre se generalice, es desarmar al mundo. Empezando por el Imperio.



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