Carolina Broner: Radicales

Hace muchos años, mi abuelo me contó que había roto su carnet del Partido Comunista porque alguien le pidió que en lugar de decir ética, hablara de sentido común.

-Es menos radical -le explicaron los comisarios políticos de entonces.

Decía mi abuelo que aquello le había bastado para saber lo que vendría. Que al escuchar semejante argumento se había levantado de la reunión, se había ido a su casa, había abierto el cajón de la mesita de noche y había roto el carnet en cuatro.

Cuando me lo contó pensé que su reacción había sido excesiva, que no era para tanto y que poner punto y final a tantos años de militancia partidaria era una pena. Pero no le dije nada: adoraba escuchar sus historias y, en aquel momento, la anécdota era apenas -para mí- una historia más.

Poco después de su muerte, mientras acomodábamos sus cosas para desocupar la casa, encontramos los pedazos del carnet junto a un papelito en el que había apuntado una frase de Lenin con la que seguramente intentaba recordarse que no luchaba solo; si no me equivoco, decia: «Donde exista un militante, estará el partido».

Por aquel entonces yo tenía doce años y esos trozos de papel dolían como el resto de sus cosas; mi abuelo había muerto y todo sabía a pérdida. Pero el recuerdo de aquella historia ha vuelto a mí por estos días y ahora no sólo comprendo su reacción si no que, de haberlo tenido, tal vez también habría roto mi carnet.

-Se dicen comunistas pero, al parecer, les preocupa ser radicales a la hora de definirse. Se embarran con fascistas e izquierdistas y alegan que pretenden evitar la confrontación. Lo único que les falta es tratar de esconder el rojo detrás de algún color menos definitivo. Vergüenza tendría que darles -decía mi abuelo.

Vergüenza tendría que darles.

Madrid, 26 de diciembre del 2003.