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La insignia
12 de diciembre del 2003


Margo Glantz: la ética de la gratitud


Rocío Silva Santisteban
La Insignia. EEUU, diciembre del 2003.


El 3 de diciembre, en la Feria del Libro de Guadalajara, la escritora mexicana Margo Glantz (1929) recibió el premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela El rastro (Anagrama 2003). En el mes de mayo de este mismo año la UNAM organizó un homenaje por los 45 años de su vida como maestra, durante los tres días del programa se presentaron cuarenta y dos ponencias sobre su obra, su magisterio y sus relaciones con Sor Juana Inés de la Cruz, de quien es una de sus principales exegetas. Carlos Monsiváis, Mario Bellatin, Bárbara Jacobs, José Prieto, entre otros, participaron de él. El siguiente texto forma parte de este homenaje a la escritora, maestra e investigadora Margo Glantz.


Durante dos días se ha hablado de las distintas facetas de Margo Glantz: la erudita interesada en temas tan diversos como los quehaceres de las monjas durante la Colonia o la inimitable voz de los castrati; también se ha hecho referencia al aspecto más mundano de Margo, su afición estética por la ropa y los zapatos de diseño y por las tiendas elegantes de París. Se ha hablado asimismo del magisterio de Margo, de su vocación de maestra y su pasión por el conocimiento y su difusión del conocimiento. Pues yo quisiera hacer referencia a una de sus características que, personalmente, me ha deslumbrado con más fuerza: su ética de la gratitud.

Me refiero a su generosidad a todo nivel y su desprendimiento material e intelectual que, durante un invierno especialmente frío en Boston, me permitieron un diálogo intenso, apasionado y, sobre todo, fructífero, sobre temas que a mí me fascinan y que a ella sólo le provocan una sonrisa, como aquel de "la mística de relatar cosas sucias". Margo se encontraba dictando clases en la escuela de graduados de Harvard, luego de haber pasado algunos años antes haciendo lo mismo en Princeton y regresando constantemente al DF. Habitaba una casita divertida en la zona de la "vieja izquierda" de Cambridge que había adornado con zapatos en miniatura y libros en todos los cuartos. Entre sus escapadas a Nueva York y la intensa actividad de la preparación de clases, pudimos compartir varios cafés y varias nevadas, ella siempre sonriendo con paciencia ante mis preguntas sofocantes, así como estoica ante uno de los inviernos más fríos de la costa Este.

Muchas veces los lectores que somos quedamos fascinados con algún escritor o escritora contemporáneos pues sus palabras logran conectarnos esa elusiva intimidad de la relación escrita. Muchas veces, entusiasmados por esas lecturas y por un cierto fetichismo muy extendido en el campo de lo literario y artístico, queremos conocer al escritor, no sólo acercarnos a una conferencia o leer los pormenores en una biografía sino asir sus gestos, su comportamiento, sus intereses, queremos saber lo que piensa y que nos lo diga. La mayoría de las veces, al hacerlo, caemos en la cuenta de que "ese gran poeta" no es sino un ser humano mezquino, un narcisista macrocefálico, un individuo inseguro y egoísta que sólo busca receptores de monólogos aburridos y frustrantes, que busca "orejas" sin opinión, pasivas ante sus ademanes de divo. Generalmente recomiendo a mis alumnos que huyan de los escritores -y si son alumnas con muchas más razones- pero lo hago con un buen propósito, precisamente, para evitar que dejen de leer sus obras paralizados por la decepción.

Todo esto viene a cuenta para comentarles que sólo con dos escritoras me ha sucedido exactamente lo contrario: con la poeta peruana Blanca Varela y con Margo Glantz. Por ambas, por supuesto, siento admiración y cariño como escritoras, como lectoras apasionadas y como mujeres que se han dedicado con la misma entrega al conocimiento y a la maternidad. Blanca Varela, por su misma personalidad, es una escritora insular y una persona insular, un poco distante y muy discreta, mas bien recluida en su hermosa casa de Barranco, junto al mar, acompañada de cuadros de Fernando de Szyszlo, de colores azules y gélidos, gustos de una personalidad más que introvertida francamente esquiva. Eso, por supuesto, no desdice su generosidad y honestidad intelectuales a prueba de fuegos, tornados y tormentas variopintas. La personalidad de Margo es la opuesta. Eso no sólo se nota por la calidez de su casa llena de alebrijes y colores, decorada de manera más irresponsable, y la sensación que uno siente en ella de acogimiento, sino también por la necesidad de Margo de tender puentes a través de las generaciones, a través de los países, a través incluso de los géneros literarios, construyendo comunidades vinculadas por este afecto a la literatura, en realidad, por la pasión por la palabra escrita.

Quienes venimos de la experiencia de la academia estadounidense, es decir, de esa carrera loca y ansiosa de acumulación de papers y libros sin sentido, de acopio de conocimiento inútil en el sentido más peyorativo del término, quienes sabemos por experiencia propia de profesores o asesores que esconden un dato o que nunca facilitan la bibliografía, sabemos valorar de manera especial a un profesor o profesora que nos estimulan y a un intelectual generoso.

Margo Glantz es una erudita que pone en práctica, día a día, cotidianamente, esta ética de la gratuidad, de entrega sin esperar absolutamente nada a cambio, de compartir no sólo datos, fechas, fichas bibliográficas, libros, si no entusiasmo por el proyecto ajeno. Precisamente este entusiasmo es lo más difícil de esperar de un "maestro" hoy en día. Ese apasionamiento sincero que yo percibo de Margo cuando le comento mis planes personales y mis locos afanes intelectuales por temas tan absurdos como el asco o la basura, es la muestra palpable de un espíritu que durante años y años ha puesto en práctica el desprendimiento y la generosidad. No es un gesto, no se trata sólo de una performance ni mucho menos de un acto políticamente correcto. Por supuesto que no. Margo está muy alejada de esas falacias posmodernas que le permiten a algunos seres humanos sentirse buenos y generosos cuando lo que hacen es meter al otro y a su otredad en una caja de seguridad para mantenerlo alejado.

Margo no es políticamente correcta pero tampoco políticamente incorrecta, pues sus paradigmas rompen con ese eje absurdo y se arriesgan a palpar/gustar de la línea de trasgresión entre el bien y el mal. Por eso mismo también Margo Glantz como escritora es capaz de hacernos sentir pudor a sus lectores, cuando logra crear textos, novelas o ensayos, poderosamente ambiguos donde uno es capaz de gozar y perderse en la escritura. Glantz es una autora que enarbola el gesto insolente de la escritura para llegar a forzar la verdad a través de la auto-exposición de sus obsesiones más íntimas, evitando que su escritura se agote en recursos reiterativos o en confesiones banales, manejando la lengua con la rigurosidad de quien maneja un escalpelo frente a un cuerpo vivo: cualquier error lo desangra.

No he tenido la suerte de ser alumna de Margo Glantz, pero espero tener el honor de considerarme su discípula y lo digo en el sentido más místico del término, en el sentido que adquiere esta enseñanza para las mujeres que, solas y afiebradas, escribimos cosas sucias.



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