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14 de agosto del 2003 |
Recordar Auschwitz
Ariel Ruiz Mondragón
Las experiencias en los campos de exterminio nazis dejaron una huella indeleble en el alma de quienes lograron sobrevivir a aquel horror. Como prueba de ello existen varios testimonios que dan fe de que la más inaudita brutalidad humana realmente existió. Pese a ello, hoy hay quienes niegan que aquello haya ocurrido; peor aún, una gran parte de la humanidad ignora los hechos o es indiferente a ellos. Por ello es que aquella terrible historia puede repetirse con desastrosas consecuencias si no la prevenimos a través del ejercicio de la memoria.
Con la intención de dar a conocer su durísima vida en Auschwitz -campo al que ingresó siendo prácticamente una niña- y también de su exitosa lucha en pos de la libertad y el amor, Agnes Rosner acaba de publicar su libro El espejo de Águi (México, Océano, 2003), sobre el que sostuvimos la siguiente charla con la autora.
Ariel Ruiz (AR): Usted ingresó a Auschwitz en 1944. Agnes Rosner (Ag): No ingresé, sino que me llevaron a chaleco, sin saber a dónde. AR: ¿Por qué escribir este casi 60 años después? Ag: No lo escribí ahora. De 1958 es la primera versión. Pero mi deseo de comunicar, de contar aquello venía desde los campos. No es posible que uno esté aquí con toda esa cosa horrible, terrible que hay, y que el mundo no sepa dónde estamos. Eso me angustiaba mucho: que haya estado en un lugar tan terrible y que el mundo no tenga idea de eso. Era un fervoroso deseo mío de salir para poder contar qué cosas había allá. Eso era muy importante. Según Víctor Frankl -quien también estuvo también en un campo- era muy importante para la sobrevivencia que uno tenga una meta, que tenga algo por qué sobrevivir. AR: ¿Usted ha leído otros relatos de sobrevivientes del holocausto? Ag: Todos los que me caen en la mano. También veo todas las películas y documentales. AR: ¿Cuáles han sido los autores que le parece han relatado mejor su experiencia en los campos de concentración? Ag: Hay una cosa en común: lo que relatan es la misma circunstancia de todos los que han llegado a Auschwitz. Casi todos escriben esa parte completamente igual: Da lo mismo leer a uno u otro, porque el sistema era tal -tan bien organizado, en el sentido negativo- que todos estábamos obligados a sentir, a ver completamente lo mismo. Así era el sistema. Entonces forzosamente tiene que ser igual. Hay algunas excepciones de cosas particulares que sucedían en la vida de cada uno. Pero en general, estábamos obligados a sentir lo mismo. AR: De la evaluación que hace de su reclusión, me parece que su vida cambió para bien, salió usted con un carácter mucho más fuerte. Ag: Eso me es de una gran satisfacción, me siento triunfante en la vida y sobre ellos. Cuando a usted le quieren hacer daño o lo quieren matar, y usted se salva y se salva bien, pues forzosamente se siente triunfador. AR: Ha habido muchas reflexiones sobre Dios entre quienes relatan su experiencia en los campos de concentración. Usted relaciona mucho la idea de Dios con la de su madre, a la que había perdido. Ag: Era una solución para mí tener a mi madre como Dios, o como acompañante de Dios. Como no lo pude negar, pues formé una pareja de madre y Dios que era la que me cuidaba -y que hoy sigue cuidándome-. AR: Respecto a su idea previa, ¿cambió mucho su concepción de Dios y su relación con él? Ag: No he pensado mucho sobre este tema. Era muy jovencita, estaba educada en la idea de que existe un Dios. Nunca pensé cómo es, si era invisible o intocable. Eso nunca me lo cuestioné. Encontré una manera de vivir feliz, agradable, de sentirme protegida. Todo eso me ayudó mucho. La experiencia la sobrellevé bien. AR: Usted relata sus vivencias al lado de Frida, una compañera de cautiverio. Pese a que pasaron muchas cosas juntas, no la considera una relación de amistad. ¿Por qué? Ag: Nosotros decimos que tenemos amigos en la vida común. No tiene nada que ver esa amistad con lo de allá. A eso se le llama más bien compañerismo. ¿Qué era lo que podía intercambiar con Frida para que se llamara amistad? No nos interesaba otra cosa que no enfermarnos, conseguir más comida y sobrevivir. Eso era lo que nos unió. La amistad era traer comida para ella -que con mucho gusto se la di-, y ella hizo lo mismo conmigo. AR: Era una relación de sobrevivencia. Ag: Sí, es otra cosa. Cuando escapamos es cuando más relación tenía yo con Frida, teníamos la misma meta. No era otra cosa. Quizá yo no pensé qué clase de ser humano era ella, ni ella de mí: no importaba. Es muy diferente. AR: Derivado de su experiencia, se expresa en forma muy dura de la justicia. ¿Puede existir justicia después de Auschwitz? Ag: No me expreso lo suficientemente duro de Auschwitz. Ni puse calificativos ni nada porque quería que la gente leyera. Mi intención es dirigir el libro a jóvenes que deben saber que existió Auschwitz, porque muchos me dijeron: "Agarro un libro de estos, y es tan terrible, tan horroroso, que lo dejo, no quiero leerlo." Entonces yo estaba tratando de contar mi vida de forma que no sea tan terrible, que sea llevadera para que los jóvenes se empapen realmente de que aquello existió y que se pueda leer. Pero no se puede expresar lo suficientemente duro de lo que ocurrió, no hay manera de transmitirlo, ni con palabras ni con películas ni con nada. AR: Pero usted es muy dura, por ejemplo, con los juicios de Nuremberg. Ag: Eso me parece ridículo realmente. No es nada. Era tapar las apariencias. Se lo sacaron de la manga. AR: Dice que debieron haber castigado a miles más. Ag: Muchísimos. No nada más hablo de Alemania, sino en todos los países en los que Hitler pidió recoger a los judíos y cómo colaboraron con los nazis polacos, húngaros. Jamás pensábamos que los húngaros podrían entregar a los judíos y ayudar a mandarlos a quién sabe a dónde y quitarles todo, excepto una maletita. AR: ¿Y cómo fue la liberación? Se suponía que los soviéticos iban a dar un mucho mejor trato a los prisioneros de los nazis. Ag: Se supone que nos liberaron. Lo que cuento de que un soldado ruso quiso violarme me era terrible, pero es normal en todas las guerras y en los frentes. Los que ocupan las ciudades no son nada más los rusos. Me explicaron que quienes van en primera fila en la guerra son los que sacan de las cárceles, los malvados, gente así. Su premio es que pueden hacer lo que quieran después de arriesgar su vida. AR: Al acabar la guerra, le toca vivir en el régimen comunista. De hecho, entra en contacto con él desde su fuga. Ag: Desde allí no me gustó mucho la situación. El hecho de que no nos dejan ir a nuestros hogares, que tardáramos varios meses en lograrlo mientras nos llevaban más adentro de Rusia, olía muy mal. AR: Al regreso a su patria, ¿Por qué decidió salir tan rápidamente de Rumania? Ag: No me gustó el comunismo porque en allí se coarta la libertad, y para mí lo más importante en la vida es la libertad. AR: Su libro es la historia de la búsqueda de la libertad, la independencia... Ag: Y de amor. La libertad era quizá más fácil para mí que el amor. AR: ¿En Francia encontró la libertad? ¿En la Argentina peronista? Ag: Sí, desde que salí del país comunista, y hasta hoy, la tengo. AR: Nos narra también sus vivencias en los cafés parisinos. ¿Cómo veía usted a los intelectuales que hacía la apología del régimen de la Unión Soviética? Ag: Pensaba que eran muy tontos, que tendrían que ir a vivir allá para verdaderamente percibir lo que era, porque es muy fácil ser comunista de salón, en una casa bonita, sentado en un sillón. Es muy bonito tener una casa más o menos decente, con su propio baño; trabajar y recibir un sueldo, o hacer negocios, ganar dinero y gastarlo en lo que se quiera. Pero cuando no se puede hacer todo eso, el comunismo ya no es tan agradable. Eso de quitarle a los ricos para darle a los pobres, no es así, ni funciona ni nada. Hay que inventar otra cosa. AR: ¿Qué recuerda de la Argentina de Perón, que muchos tildan de fascismo? Ag: Allí yo no percibí el fascismo. Sí sabía que Perón refugió a muchos nazis, en Bariloche vivían muchos. Pero no era libertad realmente. Ver por todos lados "Perón cumple y Evita dignifica" no era libertad. Pero se vivía muy bien en Argentina. Recuerdo que con un dólar cincuenta podíamos comer en un restaurante una entrada, ensalada, buena carne, un cuarto de vino y un postre. Era regalado. Era un buen nivel de vida, que luego fue echándose a perder. AR: Allí hizo buenos negocios en el ramo textil. Ag: No sé qué tan exitosa era, pero yo estaba muy contenta con lo que tenía. A mí nunca me interesaba el dinero por sí, sino lo que me podía proporcionar, que era el nivel de vida que yo quería. AR: En su libro, como decíamos, se expresa su búsqueda del amor. ¿Finalmente lo encontró? Ag: Sí, definitivamente. Una vez. AR: Usted señala, con bastante razón, que la humanidad no ha aprendido la lección de la Segunda Guerra Mundial. ¿Cuáles son las principales enseñanzas de ella, a su parecer? Ag: Para mí los nazis, los violadores de entonces -que todos eran-, se quedaron impunes. En lugar de condenarlos, eran héroes. Toda Alemania, empezando con Hitler. El otro día, aquí en mi casa, pregunté a un muchacho quién es su héroe. Me dijo que Hitler. Pero Hitler no puede ser héroe de ninguna persona normal y sana, por todo lo que hizo. Cuando hablo mal de Hitler a lo mejor se puede pensar que por judía hablo así. Pero como persiguió a los judíos hubiera podido perseguir a los franceses, a los africanos -que sí lo hizo-, a los negros, a los homosexuales, a los comunistas. Pero su sello es el de perseguidor de judíos, pero había muchos otros también. Creo que soy bastante objetiva cuando hablo de esas cosas y no porque soy judía. Además no soy religiosa, para nada. Mucha de la violencia de hoy es consecuencia de todo aquello que no se ha castigado. Va a volver a suceder porque todavía no se ha castigado. Nunca es tarde, deberían estudiar qué ha pasado y ver si se puede parar todo eso. |
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