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22 de septiembre del 2002 |
Teatro de posguerra
Carla Guimarães (*)
Nadie fue indiferente al caos que hace unos meses invadió la televisión de nuestros países y las calles de Buenos Aires. La decadencia de una economía, de un modelo de gobierno, de un país. Una decadencia de la cual no está inmune ninguna nación latinoamericana; todo lo contrario: mas bien parecen hacer cola para ganar titulares en los noticieros después de la crisis argentina. Crisis es una palabra demasiado suave, ya comprendida y utilizada por todos los ciudadanos latinoamericanos; no es apenas crisis, es guerra, guerra civil. Es un país que cae frente a la corrupción y los modelos económicos ajustables de la llamada "economía mundial", es el suspiro final de gente que ya está harta y que ahora, además, tiene sus pocos ahorros encorralados.
Nadie puede ser indiferente a la guerra, nadie sale ileso, nada sigue igual y a veces la resistencia a la crisis produce sorpresas más gratas que las que puede proporcionar la estabilidad. El teatro argentino actual es una de esas resistencias; más que una resistencia, un grito de supervivencia que en momentos de posguerra enseña su valor y su calidad. Argentina pasa por "una puesta de escena espectacular y apocalíptica", según el dramaturgo porteño Javier Daulte. "Los ya pocos espacios subvencionados por el Estado sufren la misma suerte que el resto de los sectores: el recorte seguro y la incertidumbre convertida en nueva legalidad". Para Javier, hoy no existe ningún proyecto ni a largo ni a medio plazo; no se sabe siquiera si lo programado ayer saldrá o no a la luz. A decir verdad siempre existió en América Latina una gran inestabilidad en cuanto a los programas y apoyos culturales y, para Javier, es exactamente "la inestabilidad y el jaqueo constantes los que nos han entrenado para subsistir en las peores condiciones". Por todo eso, y a pesar de toda la crisis, se sigue haciendo teatro en Argentina, y lo más interesante, en gran cantidad y con una calidad admirable. Un teatro que carece de recursos pero no de ideas. Lo que para todos es un fenómeno que Javier trata de elucidar: "Cuando ya no hay nada para ganar o perder, sólo queda la dignidad de hacer lo que en verdad tiene cierta sincronía con el deseo". Para Diego Rodríguez, director de teatro argentino, se trata de "la vida presentándole batalla a la muerte" y hace referencia a una foto que enseña un grupo de actores afganos trabajando en las ruinas de una sala teatral después de un bombardeo estadounidense. "El teatro es uno de los refugios para la esperanza. A partir de ahí se generan los mecanismos necesarios para que el encuentro con el público se produzca". Como la reducción de los precios de las entradas, funciones a la gorra, múltiples funciones en una única sala, creación de nuevos espacios como fábricas tomadas, casas particulares o asociaciones de vecinos, etc. "La creatividad no se limita apenas a la creación artística, también aporta estrategias para enfrentar los embates cotidianos de la incertidumbre y el escepticismo". La gran mayoría de los espectáculos presentados actualmente en Buenos Aires son producciones de autogestión y la oferta es muy variada tanto en estilo como en calidad. De ahí surgen nuevas dramaturgias y planteamientos escénicos originales. Tanto Javier cuanto Diego creen que la mayor resistencia está en el teatro alternativo, en la periferia del teatro oficial y comercial. Un teatro que no viene a ofrecer al público lo ya esperado, sino un inesperado constante, fruto de la investigación, que oxigena el teatro argentino con nuevas ideas. El actor porteño Héctor Díaz entiende por alternativo el teatro que denomina "intermedio", el que no llega a ser una gran producción ("el espectáculo teatro"), ni una producción casera. Pero con una característica importante, "aquí ese teatro tiene la posibilidad de permanecer en cartel por mucho tiempo", a diferencia de lo que pasa incluso en países con estabilidad económica y proyectos de apoyo a la creación cultural. Para Héctor, un fenómeno relativamente nuevo son las obras nacidas a partir de la fusión de los ámbitos tradicionales de autor, director y actores. Pero no sería tan nuevo si no fuera porque el actor es quien se lanza a escribir y dirigir sus obras. Así, se generan proyectos muy personales. Para él, hacer teatro siempre es una decisión arriesgada; hacer teatro en tiempos de crisis es esencial. "Además, la gente va al teatro. Siempre se puede hacer una función con una cantidad respetable de público", dice; y eso, en una cartelera con alrededor de 80 espectáculos cada fin de semana. Otro punto que resalta es que el teatro empieza a salir del país:"la participación de espectáculos argentinos en distintos festivales de Europa y Latinoamérica es cada vez mayor". Quizás también como efecto de la crisis, muchos artistas salen de Argentina, llevan la influencia porteña a diferentes lugares y a su vez aprenden de estos últimos. Pero los argentinos no son los únicos ciudadanos que emigran llevando su influencia; hay creadores que realizan un viaje inverso, como la actriz española Nora Navas, que dejó Barcelona justo después del gran "crack" argentino. "En Buenos Aires el teatro se vive de una forma más lúdica que en España y particularmente Cataluña, donde prima una tendencia mas intelectual y solemne; tengo la sensación de que todo es mucho más personal", afirma. Para Nora, en Argentina se hace teatro "a pulmón", lo que en su opinión implica una entrega mucho mayor del artista. Entrega que puede ser contemplada en obras como "La pecera", un proyecto de los actores Leandro Margino y Adrián Navarro con el director Diego Rodríguez. Esta obra ya tiene dos años de vida, seis meses de funciones, criticas elogiosas y la participación en el III Ciclo Iberoamericano de las Artes. Un montaje que, según su director, tiene parte visible de su éxito marcada por el profundo trabajo con el texto, incluso con intercambios previos con el autor, el fuerte trabajo actoral y la economía de recursos escénicos. O en "La escala humana" coescrita por Javier Daulte, Spregelburd y Tantanián, y donde actúa Héctor Díaz, que es una comedia de construcción clásica, pero también una historia delirante sobre una típica familia argentina. O "La dama o el tigre", escrita y dirigida por Andrea Garrote, con actuaciones puramente realistas para personajes que habitan la irrealidad. O incluso "La bohemia" escrita y dirigida por Sergio Boris, que es básicamente actor y posee un intenso trabajo de investigación. Es teatro de posguerra. Es, en cierto modo, el teatro de siempre y también la resistencia necesaria para seguir adelante. En tal sentido es un teatro más libre y más innovador, donde los protagonistas ya no necesitan respetar nada salvo sus deseos y sus ganas de decir lo más íntimo y personal al público, que a su vez está ávido de escuchar algo nuevo. Y aunque la televisión sigue mostrando noticias alarmantes sobre Argentina, sus escenarios nos enseñan una experiencia notable. (*) Carla Guimarães, guionista y dramaturga brasileña, vive actualmente en Madrid. |
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