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12 de octubre del 2002 |
Iván de la Torre
Hijo del actor Walter Huston y de la periodista Thea Gore, John Huston inició su carrera escribiendo relatos. Fue militar, boxeador, periodista, jinete, jugador, guionista y actor. Capitán durante la Segunda Guerra Mundial, se peleó con Jean Paul Sartre, a quien había convertido en guionista por 25.000 dólares, y consiguió premios de la Academia para su padre, su hija, su amigo Bogart y él mismo.
Si alguna vez se oyera hablar a Dios sonaría como John Huston, pues «tenía ese acento que cuando decía algo ya sabías que iba a ir bien, que iba a funcionar bien y que Dios estaba de tu parte». Seguramente, Bogart habría opinado lo mismo que Caine: con una película, Huston lo convirtió en estrella. Sam Spade, el rol protagónico de El halcón maltés (1941), era para George Raft, pero éste se negó a trabajar con un director novato y Bogart inmortalizó al personaje duro y sarcástico, aunque sensible, que dominaría la década. Al igual que Chandler, Huston opinaba que «para dominar una escena, Bogart sólo tiene que entrar en ella», y rodó con él dos de sus mejores películas. Con la primera, El tesoro de la Sierra Madre, (1948), consiguió un Óscar para su padre y él mismo ganó el premio al mejor director. Bogart odiaba filmar en exteriores, pero aceptó trabajar en La reina de África (1951). Todo el equipo, incluida Katherine Hepburn, terminó enfermo, menos Bogart y Huston, que, para cubrirse las espaldas, bebían a toda hora. Con La reina de África, Bogart ganó el Óscar de 1952 al mejor actor. Se lo había arrebatado a Marlon Brando, propuesto por un Un tranvía llamado deseo y a Frederic March, propuesto por Muerte de un viajante. Para Truman Capote, guionista de La burla del diablo (1954), Huston era «un hombre de obsesiones más que de pasiones». Como dijo el propio Huston, «Me hice director porque ya no soportaba ver cómo masacraban mis guiones». En Sombras verdes, ballena blanca, Bradbury hizo una reseña novelesca de su trabajo en Moby Dick (1956): «En la noche de San Valentín, en 1951, había cenado con Huston y le había entregado ejemplares de mis tres primeros libros, que incluían mas de sesenta cuentos. Le dije muy claramente que si mis libros le gustaban como a mí me gustaban sus películas, algún día tendríamos que trabajar juntos. Un mes después, desde África, Huston me escribió: "Tienes razón. Algún día trabajaremos juntos"». Bradbury escribía ocho folios por día, y luego discutía los cambios con Huston. De común acuerdo decidieron centrar el argumento en la figura de Ahab. Orson Welles se convirtió en el padre Mapple. El actor y director, de cuarenta años, apenas podía subir al púlpito y todos temían que éste cediera bajo su peso. En la escena del sermón, que él mismo había reescrito, bebió un trago y soltó su parlamento de un tirón. Todos aplaudieron, y a Welles le gustó tanto la experiencia que hizo una adaptación y la representó en teatro. En sus memorias, Huston desnuda a un Bradbury con pánico a los aviones e incapaz de viajar en automóvil, que se expresaba a base de tópicos y lugares comunes. No mucho mejor le fue a Sartre. Según Huston, «Era pequeño, rechoncho y tan feo como puede serlo un humano. Un rostro al mismo tiempo arrugado y abotagado, los dientes amarillos y, para colmo, bizco. Vestía invariablemente un traje gris y zapatos negros, y siempre llevaba corbata, desde las primeras horas de la mañana hasta que se iba a dormir». En 1958 le había encargado un guión que debía girar en torno a un «Freud aventurero». Escribe Huston: «Yo creía que era el autor ideal para escribir el guión de Freud. Era un filósofo que conocía a fondo la obra de éste y sabría tratarla con objetividad y lucidez. [...] Sartre me envió un primer borrador de 300 páginas, en francés. Sobre la base de una página por minuto, esto representaba una película de cinco horas […] Era demasiado largo y espeso para una película […] Más tarde me entregó una segunda versión "corta". No me extrañó descubrir que era todavía más larga que la primera […] Al parecer, Sartre era incapaz de comprender por qué una película no podría durar ocho horas». El encuentro en la residencia irlandesa de Huston no mejoró la relación. Durante una semana no dejaron de observarse con mutua malignidad: «Huston ni siquiera es triste: está vacío, salvo en los momentos de vanidad infantil, cuando se pone su esmoquin rojo y monta a caballo (no muy bien), cuando pasa revista a sus pinturas y dirige a sus albañiles. Es imposible retener su atención durante más de cinco minutos: ya no sabe trabajar, evita razonar. […] Es el vacío puro, más, quizás, que la muerte. […] Huye del pensamiento, porque provoca tristeza». «Nunca había trabajado con alguien tan testarudo y tan categórico como Sartre. Mientras hablaba, tomaba notas de lo que decía. Era imposible mantener ninguna conversación con él. Era imposible interrumpirlo. Sin tomar aliento, me ahogaba bajo un torrente de palabras. No hablaba inglés, y a causa de la rapidez con que hablaba, me costaba trabajo seguir el hilo de su pensamiento. Estoy seguro de que lo que decía era muy inteligente. […] Llegué, agotado por el esfuerzo, a irme del cuarto. El zumbido de su voz me seguía un momento y, cuando regresaba, ni siquiera se había percatado de que yo me había ido.» El proyecto mas importante para Huston fue El hombre que pudo reinar (1975). Basado en un antiguo relato de Kipling, la primera vez que presentó la idea, la pareja principal estaba formada por Clark Gable y Spencer Tracy. Cuando filmó la película, veinticinco años después, los actores fueron Michael Caine y Sean Connery . Caine ejemplificó la forma de trabajar con Huston: «Recuerdo que un día le dije: "John, nunca me das ninguna indicación, no me dices lo que tengo que hacer», y me contestó: «¡Michael!, se te paga mucho dinero por interpretar este papel, deberías poder hacerlo sin ningún consejo mío"». Huston vivió en Irlanda durante veinte años. A principios de la década de 1980 se mudo a la isla mexicana donde murió, con una docena de clásicos a sus espaldas y la leyenda golpeando su puerta. |
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