Portada | Directorio | Buscador | Álbum | Redacción | Correo |
10 de febrero del 2002 |
Entrevista con Cecilia Bustamante «Mi texto es el Perú»
Márgara Russotto
Junto a Magda Portal y Blanca Varela, Cecilia Bustamante pertenece al trío de poetisas más importantes del Perú. Fue la primera mujer en obtener el Premio Nacional de Poesía (1995) y en pertenecer a la Federación de Periodistas de su país.
-¿Dentro del marco de la poesía peruana de autoría femenina, cómo se sitúa usted? ¿Cómo insertaría su trabajo poético dentro de los diferentes espacios de la literatura femenina que se han dado en Perú en todos estos años? -Dentro de la poesía peruana hecha por mujeres, y gracias a que en ningún momento dejé de escribir y publicar, hice con persistencia mi espacio en la producción literaria de mi país y muy pronto en el exterior, ante el silencio de la crítica oficial peruana. Siempre fui rebelde y disfruté de cultivar las nacientes maneras de destacar en el grupo. Tenía la seguridad en mí misma que me proporcionaba el azar de haber nacido en un país clasista e injusto como es Perú, en una familia protagonista de la historia política y cultural. Reconozco que tal vez por eso, al comenzar mi vida literaria, no me amilané y continué mi destino sin parar mientes en el reconocimiento. Por otro lado, me pareció una cierta protección hacerme periodista. Y cuando no había Escuela de Periodismo, fui la primera mujer en el Comité Ejecutivo de la Federación Nacional de Periodistas. -Háblenos un poco de sus libros y del contexto en el cual surgieron. Por lo menos, de los más importantes para usted. -Mis libros son producto de las imágenes de la niñez, de lo cotidiano y lo profesional. Hubiera sido poeta en cualquier país. Conocí, cuando no era común hacerlo, las tres regiones geográficas de mi país (costa, sierra y selva) y en ellas se despierta mi sensibilidad y nace mi lenguaje. El hecho de haber crecido en la zona andina del norte y centro de Perú, gracias al trabajo de mi padre, me hizo tener conciencia temprana de la injusticia detrás de los Andes y aprehender una cultura y paisaje distintos a los de la costa. La primera circunstancia explica las características de mi lenguaje y mi paulatina politización; mi adolescencia se da en espacios, diré encierros, viciados por dictaduras y también en el hecho de haber conocido a dirigentes laborales, escritores y artistas de la generación heredera del ideal mariateguista. Muy temprano me hago periodista, mi familia, los amigos y relacionados, siempre estuvieron en los diarios, o en el Congreso, o en el Palacio; así que no implicó ninguna lucha. Mi distanciamiento de la familia comienza más bien cuando busco personas y actividades más afines con mis ideales de cambio social, me acerco a los líderes políticos más importantes y revolucionarios de mi época juvenil, que acababan de ser amnistiados. E inicio la etapa de ser poeta joven, los viajes, los recitales, la juventud rompiendo convencionalismos de mi tiempo, irritando a mi grupo familiar; era el rechazo del destino asignado que debía haber cumplido, aquel del que habla Salazar Bondy en Lima la horrible para la mujer limeña. Pagué el precio de perder la protección y ayuda de mi familia el resto de mi vida, fue inclemente pero productivo como escritora y ser humano. La poesía femenina peruana según mi parecer, tiene una clara entrada a la contemporaneidad en los años 70; sobre ese tema tengo trabajos publicados. Me he mantenido atenta a la producción de mis colegas, las he divulgado, publicado modestamente y traducido al inglés. También he trabajado ordenando la participación de las intelectuales de la primera mitad del siglo XX, ofreciendo bases y fuentes para futuras investigaciones. Hay intereses más altos que los de la propaganda personal. -Háblenos un poco del proceso de elaboración de su poesía. -Se me hace difícil describirlo, pero diré que primero escribo fijando las desdibujadas imágenes visuales y emocionales producidas por alguna experiencia profunda, un torrente casi automático. Mi imaginería nace en la realidad donde abrí los ojos, mi país primero. Cuando me iniciaba, me era más fácil escribir -sólo consignaba lo que imaginaba de la vida, de la realidad (esto lo señaló Juana de Ibarbourou cuando escribió unas palabras para Altas Hojas). Conforme avanza uno en el oficio y en lo vivido, el proceso se hace más complejo y profundo. Hasta llegar a bucear hoy en lo que Lawrence llama deep well of blood. Escribir poesía es cortarse una vena profunda, como dice un escritor americano. Para mí es un viaje órfico. Es también una epifanía. Ese texto desbocado, en mi caso personal, lo trabajo sin concesiones e irrenunciablemente, como cualquier artista, en busca de lo inasible, de la armonía interior, de lo que es necesario transmitir intentando capturar significados que atormentan. He aprendido a desconfiar de las primera líneas y a eliminar lo superfluo. Y que el cierre del poema es una prueba del control del poeta sobre la idea original y siempre sobre su aventura verbal y espiritual. Pasajes de vida de una activista "En cuanto a mis libros, siento que he hecho uno solo, como dice Borges, bajo diversos títulos. Están agotados porque he descuidado las reediciones y por haber tenido una vida azarosa, por querer cumplir con mi condición de mujer, por dedicarme a formar y a educar a mis hijos; por cultivar otros géneros, por llevar a cabo muchas otras actividades a nivel comunitario, por haber creado o resucitado organizaciones importantes. Soy una activista y creo en la organización como vía a la participación. Durante mucho tiempo, y bajo amenazas, no pude regresar a mi país; sólo hace tres años, a la muerte de mi madre. Otra excusa por no haber publicado es que tal vez me tomé muy en serio lo que dijera el poeta José María Eguren: 'La obra camina sola'. Amo mi libro El nombre de las cosas. Es una aventura intensa, un homenaje a todo lo amado. Estoy muy satisfecha con mis libros posteriores Guardia de Corps y Leyenda. Porque me concentro como un orfebre en el lenguaje. Mi libro Mother Blood escrito directamente en inglés y en producción por la Universidad de Osnabrück, en Alemania, lo considero importante porque significa mi asimilación final al país donde he vivido tres décadas. Emigrar, o que lo hagan emigrar a uno, no es nada fácil, es una dislocación sin remedio ni cura. Benedetti lo interpreta muy bien". -¿Cree que podría hablarse de un proyecto estético-ideológico concreto que conforma su poesía? -Debo decir que, equivocada o no, nunca ensayé la poesía llamada "social"; conllevaba un aparato publicitario que no codicié. Al mismo tiempo que formaba mi carácter, disfrutaba de la "soledad sonora". Mi formación temprana es influenciada por mi abuela, quien me introdujo en la literatura alemana; por mi padre, quien me introdujo en el Siglo de Oro y los poetas americanos; por excelentes maestros de la escuela activa; por mis tíos José María Arguedas, y Alicia y Celia Bustamante, que eran de izquierda, en su biblioteca leí temprano a los escritores rusos. Toda poesía es social, eso es lo cierto. Por otro lado, ni como mujeres, ni como madres, ni como víctimas de la injusticia, tenemos excusa para no realizarnos o dar nuestro testimonio. Siempre recuerdo algo que dijera Goethe: "El talento se forma en la soledad, el carácter en el torrente de la vida". Así que prefiero que tú, que eres también poeta, digas más bien tu opinión. -Pues yo creo que, consciente o no, toda poética encierra un proyecto (o varios) de tipo estético e ideológico. Pero es más bien la construcción del deseo que se proyecta en el fondo del poema. Es algo inevitable. Son resonancias de modelos y convenciones literarias que pueden moldear la misma figura del "poeta", sus funciones o "misiones", atribuidas o inventadas. Pero también creo que existe un punto de fuga en esas estructuras. Una dimensión inasible que puede trascenderlas e incluso convertirlas en su propia negación. En los poemas de su libro Modulación transitoria (1986), por ejemplo, podría decirse que parte del proyecto consiste en "modular" un viejo símbolo de la identidad femenina -la rosa- llevándolo a una descontextualización extrema, convirtiéndola en una metáfora de la muerte, del amor, siempre mediante un proceso de extrañamiento sutil y esquivo que termina por cuestionar los modelos simbólicos imperantes (reafirmándolos al mismo tiempo por vía negativa). Pero en sus otros libros surgen escenarios diferentes. Incluso usted realiza búsquedas diferentes, hacia géneros que implican otra aventura de lenguaje. Tengo entendido, por ejemplo, que además de varios libros inéditos, actualmente usted está escribiendo sus memorias. ¿A qué se debe ese impulso memorialista? ¿A qué se debe esta necesidad de hurgar en el pasado, de testimoniar "otro'' tiempo vivido? ¿Es para consignar una discrepancia, una toma de posiciones, un consuelo de la vejez? ¿Es un gesto de salvación en medio del apocalipsis? -Mis memorias son necesarias y una responsabilidad para mí, porque fui testigo excepcional de un tiempo importante en mi patria, porque viajando conocí directamente la realidad de mi país y la de otros países. Porque conocí a hombres y mujeres de poder, políticos, artistas, escritores, no sólo peruanos, que definieron, influenciaron, el destino de Perú y el mío. Desde muy temprano acopiaba memorias; ya vivía esa dinámica. Es una obligación, porque proviniendo de un sector en el que pude recibir educación, me corresponde documentar, lo que era y es la realidad de mi tiempo. No para discrepar, como dices, sino para ayudar en cierto sentido a ordenar nuestras fuentes. Tampoco es para tomar posiciones, porque las tomé en mi juventud. Pero dime tú, si hubieras conocido al Che Guevara, a su esposa peruana y, colegiala aún, a los que iniciaron la lucha armada en mi país. Si hubieras visto algún fusilamiento. Si hubieras acompañado en su lecho de muerte, lejos de la patria, al General Velasco Alvarado. Si Marcel Marceau te hubiera invitado a irte con él. Si hubieras conocido a Robert Frost, a Borges, a Vargas Llosa, a Robert Bly, a Magda Portal. Si hubieras estado amenazada desde lejos por la última dictadura de tu país, ¿no piensas que hay que relatarlo? Por otro lado, la vejez no es ningún apocalipsis, más bien una transfiguración. ¿Y porqué no un éxtasis? Escribir mis memorias en un privilegio que pienso ejercer en el intento de convertirme, finalmente, en lo que Octavio Paz dijo de cada poeta: en "la conciencia de su país''. Lo demás es silencio. -¿Cuál ha sido su experiencia en Estados Unidos? ¿Cómo ha vivido la "distancia'' con la realidad peruana en particular y la latinoamericana en general? ¿De qué manera esa distancia afecta o marca su poesía, su lenguaje, su visión del mundo? -Debido a mi padre que admiraba a este país, y quien me recitaba a Walt Whitman y Longfellow, el nombre de este país se instaló en mi realidad. Más tarde, trabajé con norteamericanos y me familiaricé con su cultura. Esto me sirve cuando abandono mi país y finalmente me radico aquí, luego de vivir en México y España. La experiencia de la vida en EEUU no era lo que imaginaba; cuando llegué a Texas era prohibido hablar español. La emigración contribuye, en mi caso, a ahondar el recuerdo, el amor. Toda mi obra en verdad, nace de y regresa a Perú. Lo expliqué en mi ensayo El poeta y su texto. Allí digo que mi texto es el Perú. -¿Cómo concilia sus diferentes actividades y lenguajes en su vida profesional? Es decir, ¿hay algún enfrentamiento o dilema entre la escritura de los géneros menores que practica constantemente (como el periodismo, las crónicas políticas, la carta de denuncia o el informe sustancial) y las formas canónicas de la literatura como son la poesía y sus memorias? -Al principio de mis actividades opera apenas una observadora del lenguaje, del estilo acostumbrado, de los códigos de comunicación, en cada uno de los sectores de la actividad humana en que he entrado. Pero no me lanzaba a la discusión y polémica hasta haber asimilado la mecánica y formalidades de cada uno, y sus potenciales manipulaciones. El hecho de ser mujer me hacía más vulnerable en un mundo controlado generalmente por hombres. De todas esas características tomaba nota. ¿Cómo ejercían ellos el liderazgo? Primero que nada que, sin una sólida y reconocida formación cultural y un objetivo de bien colectivo, el tiempo que quitaba a mi poesía no habría sido válido. Y, fundalmentalmente, me exigía que toda aquella interrelación armonizara con mis convicciones personales; en cierta forma un ejercicio de arte y consistencia. |
|