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La insignia
6 de mayo del 2001


Wittgenstein: juegos del lenguaje


José Cueli
La Jornada. México, 5 de mayo.


Se cumplieron 50 años de la muerte de uno de los filósofos más destacados del siglo XX: Ludwig Wittgenstein, quien falleció en Cambridge, el 29 de abril de 1951, en casa de su amigo el doctor Bevan, sin hacerlo como él hubiera querido, como hermano lego en un convento dominico de los Midlands. Exiliado en sí mismo, encerrado en su piel como solía decir, sus últimas palabras, dirigidas a la señora Bevan fueron: ''Dígales que mi vida ha sido maravillosa".

Aquel que dedicó su vida a la tarea de pensar conoció los fantasmas de la insania, la pobreza (habiendo sido uno de los hombres más ricos de Europa), la soledad y el suicidio. Revolucionó la filosofía occidental en dos ocasiones: la primera, cuando contaba con tan sólo 20 años y, la segunda, en plena madurez, cuando rondaba los cincuenta. Sacudió los fundamentos y las certezas de la filosofía tradicional, por tanto, a partir de sus enunciaciones la filosofía y el hombre no pueden ser ya pensados de la misma forma. Sus palabras fueron profecías de nuevos tiempos, de nuevas formas de entender al ser humano, el lenguaje y el pensamiento, la razón y el sentido.

Con la apertura que su obra implica, la teoría filosófica al estilo tradicional, los paradigmas universales y trascendentales, las certezas y el sentido único resultan ya inaceptables. Los imperativos y los principios categoriales llegan a su fin. Su propuesta plantea un adiós definitivo a los fundamentos.

Para Wittgenstein, la racionalidad que puede haber en el lenguaje conlleva mil juegos y contextos distintos, con reglas diferentes para cada uno. Cualquier significado y cualquier sentido que emane del lenguaje siempre es relativo, lo demás son tan sólo fantasmas. Su teorización acerca del sentido no lo conduce a una nueva teoría del sentido sino por el contrario a la exclusión de todas ellas.

La filosofía wittgensteniana libera de los agobios y esclavitudes generadores de los problemas mal planteados que agitan el espíritu humano. Problemas que pretenden, vía argumentos lógicos y en extremo racionalizados y cerrados y que a ese nivel no significan, en realidad, nada, ni tienen solución ni son problemas ni sus planteamientos y resoluciones resultan útiles ni válidos.

Para Wittgenstein el lenguaje consiste en mil juegos. El uso diario de las palabras genera todo y cualquier sentido en el mundo. Cualquier significado y sentido de las cosas siempre es relativo. Concibe la filosofía como terapia del espíritu, claridad de pensamientos para alcanzar una paz en el pensar que desemboque en una serena convivencia en soledad. En palabras del propio pensador: ''La filosofía es una praxis analítica y crítica del lenguaje, un estilo de vida y de pensar, no una doctrina".

La filosofía, para él, no es un cuerpo doctrinal, no tiene un lenguaje propio ni un método concreto, sólo intenta, con preguntas sin fin, aclarar las cosas mediante el esclarecimiento de su presentación lingüística. En 1916, sin ambages, sentenció que la primera condición para filosofar es la desconfianza en la gramática. Vemos aquí una feliz coincidencia con el pensamiento de Nietszche cuando el filósofo alemán, sin concesión alguna de su parte, enunció en 1888: ''Ah, la razón esa vieja hembra embustera. No nos liberaremos de Dios mientras sigamos creyendo en la gramática".

La propuesta filosófica de Wittgenstein nos conduce a preguntarnos si cuando hablamos en verdad decimos algo, y si decimos algo en verdad, qué decimos y desde dónde lo hacemos, desde qué juego lingüístico, qué contexto, qué forma de vida. Para él, las palabras también son acciones que denotan, según la forma de expresión lingüística, ''fines, deseos o vacíos concretos".

El Tractatus y su segunda obra, Investigaciones, plantean un profundo cuestionamiento a las potencialidades de la razón, impugnación que en cierta forma prologa el advenimiento de la aguda crítica que sobre la razón, la certeza, el sentido único, la centralidad y la fijeza ha emprendido el pensamiento posmoderno.



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