3 de febrero del 2001 |
¿Hacia una agonía de los estados-nación? El imperio, fase superior del imperialismo
Toni Negri
¿En qué difiere el sistema de dominación mundial del capitalismo del imperialismo, tal como lo ha definido la tradición marxista? ¿A qué transformaciones económicas, tecnológicas, sociales y políticas del mundo corresponde esta evolución? Y ¿cuáles son las consecuencias para las luchas de los estados occidentales, de los países en transición y del Tercer Mundo? He aquí todos los problemas esenciales de los que trata "Imperio", un libro escrito por el estadounidense Michael Hardt y el italiano Toni Negri. Originales, si no provocadoras, sus tesis merecen ser conocidas.
Dos ideas fundamentales se encuentran en la base de Imperio, el libro que escribí a cuatro manos con Michael Hardt entre la Guerra del Golfo y la de Kosovo. La primera consiste en que no hay mercado global (del modo del que se habla desde la caída del muro de Berlín, es decir no sólo como paradigma económico sino como categoría política) sin forma de ordenamiento jurídico, y que este orden jurídico no puede existir sin un poder que garantice su eficacia. La segunda, se refiere a que el orden jurídico del mercado global (que nosotros llamamos imperial) no designa simplemente una nueva figura del poder supremo que tiende a organizar: registra también potenciales de vida y de insubordinación, de producción y de lucha de clases que son nuevos. Desde la caída del muro de Berlín, la experiencia política internacional ha confirmado ampliamente esta hipótesis. Ha llegado pues la hora de abrir una verdadera discusión y de verificar de manera experimental los conceptos (mejor, los lugares comunes) que proponemos, con el fin de renovar la ciencia política y jurídica a partir de la nueva organización del poder global. Sería necesario estar loco para negar que existe actualmente un mercado global. Pasearse en Internet basta para convencerse de que esta dimensión global del mercado no representa sólo una forma originaria de la conciencia o aun el horizonte de una prolongada práctica de la imaginación (como nos cuenta Fernand Braudel a propósito del fin del Renacimiento), sino precisamente una organización actual. Más aun: un nuevo orden. El mercado mundial se unifica políticamente alrededor de lo que, desde siempre, se consideran signos de soberanía: los poderes militar, monetario, comunicacional, cultural y lingüístico. El poder militar consiste en que una sola autoridad posee toda la panoplia del armamento, comprendiendo en ella lo nuclear; el poder monetario se refiere a la existencia de una moneda hegemónica, a la que está subordinado sin excepción el mundo diversificado de las finanzas; el poder comunicacional se traduce por el triunfo de un solo modelo cultural, incluso a término el de una sola lengua universal. Este dispositivo es supranacional, mundial, total: nosotros lo llamamos "imperio". Todavía falta distinguir esta forma "imperial" de gobierno de lo que se ha llamado durante siglos el "imperialismo". Por este término entendemos la expansión del Estado-nación más allá de sus fronteras: la creación de relaciones coloniales (a menudo camufladas detrás de la pantalla de la modernización) en perjuicio de los pueblos hasta entonces ajenos al proceso eurocentrado de la civilización capitalista: pero también la agresividad estatal, militar y económica, cultural, si no racista, de las naciones fuertes frente a las naciones pobres. En la actual fase imperial no hay más imperialismo, se trata de un fenómeno de transición hacia una circulación de valores y de poderes a la escala del imperio. Asimismo, no existe más el Estado-nación: se le escapan las tres características sustanciales de la soberanía -militar, política, cultural-, absorbidas o remplazadas por los poderes centrales del imperio. La subordinación de los antiguos países coloniales a los estados-nación imperialistas, así como la jerarquía imperialista de los continentes y de las naciones desaparecen o se desvanecen también: todo se reorganiza en función del nuevo horizonte unitario del imperio. ¿Por qué llamar "imperio" (insistiendo sobre la novedad de la fórmula jurídica que ese término implica) lo que podría ser considerado simplemente como el imperialismo estadounidense posterior a la caída del muro de Berlín? Sobre este punto, la respuesta es clara: contrariamente a lo que sostienen los últimos defensores del nacionalismo, el imperio no es estadounidense (por otra parte, en el curso de su historia, Estados Unidos fue mucho menos imperialista que los británicos, los franceses, los rusos o los holandeses). No, el imperio es simplemente capitalista: es el orden del "capital colectivo", esta fuerza que ganó la guerra civil del siglo xx. Combatir contra el imperio en nombre del Estado-nación implica pues una total incomprensión de la realidad del comando supranacional, de su figura imperial y de su naturaleza de clase: es una mistificación. En el imperio del "capital colectivo" participan tanto los capitalistas norteamericanos como sus homólogos europeos, tanto los que construyen sus fortunas sobre la corrupción rusa como los del mundo árabe, de Asia o de Africa que pueden permitirse enviar sus hijos a Harvard y su dinero a Wall Street. Un orden más eficaz, más totalitario. Naturalmente, las autoridades estadounidenses no se niegan a la responsabilidad del gobierno imperial. Con Michael Hardt pensamos sin embargo que ésta debería ser matizada. La formación de las elites norteamericanas depende ella misma desde ahora muy ampliamente de la estructura multinacional del poder. El poder "monárquico" de la presidencia estadounidense sufre la influencia del poder "aristocrático" de las grandes empresas multinacionales, financieras y productivas, así como debe tener en cuenta la presión de las naciones pobres y de la función tribunicia de las organizaciones de trabajadores, en suma del poder "democrático" de los representantes de los explotados y los excluidos. De ahí la reactualización de una definición del poder imperial "a la Polibio"*, que daría a la Constitución estadounidense una expansión que le permitiría desarrollar a escala mundial una multiplicidad de funciones de gobierno y de integrar a sus propias dinámicas la construcción de un espacio público mundial. El famoso "fin de la historia" consiste precisamente en este equilibrio de las funciones real, aristocrática y democrática, fijada por una Constitución estadounidense ampliada de modo imperial al mercado mundial. En realidad, muchas de las pretensiones dominadoras del imperio son completamente ilusorias. Lo que no impide sin embargo que su orden jurídico, político y soberano sea sin duda más eficaz -y desde luego más totalitario- que las formas de gobierno que lo han precedido. Pues se arraiga progresivamente en todas las regiones del mundo, esgrimiendo la unificación económico-financiera como un instrumento de autoridad del derecho imperial. Peor: profundiza su control sobre todos los aspectos de la vida. Es por ello que subrayamos la nueva cualidad "biopolítica" del poder imperial, con el acontecimiento que ha señalado su advenimiento, a saber, el pasaje de una organización fordista del trabajo a una organización posfordista, y del modo de producción manufacturero a formas de valorización (y de explotación) más vastas: formas sociales, inmateriales: formas que invaden la vida en sus articulaciones intelectuales y afectivas, los tiempos de reproducción, las migraciones de los pobres a través de los continentes... El imperio construye un orden biopolítico porque la producción se ha convertido en biopolítica. En otros términos, mientras que el Estado-nación utiliza dispositivos disciplinarios para organizar el ejercicio del poder y las dinámicas del consenso, construyendo así a la vez una cierta integración social productiva y modelos de ciudadanía adecuados, el imperio desarrolla dispositivos de control que invaden todos los aspectos de la vida y los recomponen a través de esquemas de producción y de ciudadanía que corresponden a la manipulación totalitaria de las actividades, del ambiente, de las relaciones sociales y culturales, etcétera. Si la desterritorialización de la producción incita a la movilidad y a la flexibilidad sociales, incrementa también la estructura piramidal del poder y del control global de la activación de las sociedades involucradas. Este proceso parece desde ahora irreversible, ya se trate del pasaje de las naciones al imperio, del desplazamiento de la producción a la riqueza, de las fábricas a la sociedad y del trabajo a la comunicación, o aun de la evolución de los modos de gobierno disciplinarios hacia procedimientos de control. ¿Cuál es la causa de esta transición? Para nosotros, es el resultado de las luchas de la clase obrera, de los proletarios del Tercer Mundo y de los movimientos de emancipación que han atravesado al exmundo del socialismo real. Esta es una interpretación marxista: las luchas generan el desarrollo, los movimientos del proletariado producen la historia. Así, los combates obreros contra el trabajo taylorizado han acelerado la revolución tecnológica que, como consecuencia de ello, condujo a la socialización y a la informatización de la producción. Del mismo modo, el irresistible empuje de la fuerza de trabajo en los países poscoloniales de Asia y de Africa engendró a la vez altibajos en la producción y en los movimientos de población, los que alteraron las rigideces nacionales de los mercados del trabajo. Finalmente, en los países llamados socialistas, el deseo de libertad de la nueva fuerza de trabajo técnico e intelectual hizo saltar la vetusta disciplina socialista y, por eso mismo, destruyó la artificial distorsión estaliniana del mercado mundial. La constitución del imperio representa la reacción capitalista a la crisis de los viejos sistemas que servían para disciplinar la fuerza de trabajo a escala mundial. Ella inaugura a la vez una nueva etapa de la batalla de los explotados contra el poder del capital. El Estado-nación, que encerraba la lucha de clases, agoniza, como antes el Estado colonial y el Estado imperialista. Atribuir a los movimientos de la clase obrera y del proletariado esta modificación del paradigma del poder capitalista significa afirmar que los hombres se aproximan a su liberación del modo de producción capitalista. Y tomar distancia frente a quienes vierten lágrimas de cocodrilo sobre el fin de los convenios corporativistas del socialismo y del sindicalismo nacional, como los que lloran por el tiempo que no existe más, nostálgicos de un reformismo social impregnado del resentimiento de los explotados y de los celos que &endash;a menudo&endash; empollan bajo la utopía. No, nosotros nos encontramos dentro del mercado mundial. Y buscamos convertirnos en intérpretes de esta imaginación que soñó, un día, unir las clases explotadas en el seno de la Internacional comunista. Pues nosotros vemos nacer allí nuevas fuerzas. ¿Las luchas pueden convertirse en suficientemente masivas para desestabilizar, o incluso desestructurar la compleja organización del imperio? Esta hipótesis incita a los "realistas" de todo pelo a la ironía: ¡el sistema es tan fuerte! Pero, para la teoría crítica, una utopía razonable no tiene nada de inhabitual. Por otra parte, no hay otro término de la alternativa, dado que estamos explotados y sometidos en este imperio y no en otra parte. Este último representa la organización actual de un capitalismo en plena reestructuración, después de un siglo de luchas proletarias sin equivalente en la historia de la humanidad. Nuestro libro implica pues una cierta aspiración de comunismo. El tema central que aparece a través de todos estos análisis se reduce, de hecho, a un solo problema: ¿cómo puede estallar la guerra civil de masas contra el capital mundial en el imperio? Las primeras experiencias de batallas, declaradas o subterráneas, en este nuevo territorio del poder proporcionan tres índices preciosos. Esas luchas exigen, además de un salario garantizado, una nueva expresión de la democracia en el control de las condiciones políticas de reproducción de la vida. Ellas se desarrollan en los movimientos de las poblaciones más allá del marco nacional, aspirando a la supresión de fronteras y a una ciudadanía universal. Comprometen individuos y multitudes que buscan reapropiarse de la riqueza producida gracias a los instrumentos de producción que, por el hecho de la revolución tecnológica permanente, se han convertido en propiedad de los sujetos, verdaderas prótesis de sus cerebros. La mayoría de estas ideas nacieron durante las manifestaciones parisienses del invierno de 1995, esta "Comuna de París bajo la nieve" que exaltaba mucho más que los transportes públicos: el autorreconocimiento subversivo de los ciudadanos de las grandes ciudades. Algunos años nos separan de esa experiencia. Sin embargo, en todos lados en los que se desarrollaron luchas contra el imperio, pusieron en evidencia un fenómeno sobre el cual mucho elaboraron: la conciencia nueva de que el bien común es decisivo en la vida como en la producción, mucho más que lo "privado" y lo "nacional", para utilizar esos términos caducos. Sólo el "común"** se levanta contra el imperio. * Nacido entre 210 y 202 antes de Cristo, Polibio, exiliado en Roma después del derrumbe del poderío macedónico, se convirtió en el principal historiador de la victoria de Roma sobre Cartago y de la expansión romana hacia Oriente. Pragmático, procuró explicar las causas de los desarrollos históricos a los que asistía. Murió aproximadamente en el 126 antes de Cristo.
** N de la R: El "común" es un concepto sobre el que trabaja Toni Negri. No es el "bien común", sino el "común", con referencia a Spinoza. |
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